“Soy un escritor sin imaginación, dice Fabián Casas. Cuando escribo es como si estuviera encerrado en una habitación con un solo juguete. Le doy vueltas y de golpe es un ensayo, de golpe es un poema, de golpe es una novela.” No es una pose de escritor, es una actitud frente a la vida. Quien lea Papel para envolver verdura (Emecé) que reúne sus columnas periodísticas, podrá comprobar que Casas no tiene vocación de trascendencia, no se sube a ningún pedestal ni dicta cátedra de nada. Por el contrario, vive en estado de duda sin permitir que se cristalice ninguna posible certeza. No dictamina acerca del mundo, sino más bien lo interroga.
–Desde el título, Papeles para envolver verdura, tu escritura parece marcada por la modestia auténtica de lo efímero. No sacralizas la literatura ni la música ni nada. ¿Esa es una actitud consciente?
-El libro es una selección de columnas que escribí para el diario Perfil. Eso se ve en la ilustración de tapa que siempre las hace Santiago Motorizado. Entonces creo que tienen un poco lo efímero de la publicación en un diario y, a la vez, como también están en la web, tienen un poco de la inmortalidad de la web. Me refiero a los soportes técnicos, pero lo que pueda llegar a durar lo que se escribe y qué repercusión pueda tener uno nunca lo sabe. La modestia de la que hablás no es fingida, es que entiendo la literatura como un sistema muy inestable, por suerte. Cosas que se dicen en un momento pueden contradecirse en el mismo momento. Me ha pasado con otros libros de ensayos de dar definiciones que se contradecían en el mismo ensayo. Creo que la paradoja es la forma central de pensar. Pero nosotros no estamos muy acostumbrados al pensamiento paradójico, nos manejamos con una lógica binaria: es una cosa o es la otra. Lo que está escrito en este libro está en estado de incertidumbre. Cuando escribo siempre intento plantearme preguntas y no dar respuestas.
–Vos decís que la poesía no se vende porque plantea preguntas.
-Sí, es raro que alguien se levante a la mañana y diga “voy a la librería a comprar preguntas”. Por lo general, se busca más la autoayuda, que te respondan todo y te dejen tranquilo. Desde que te levantás hasta que te acostás querés que el día se entienda, cuando en realidad los mejores días son los que no se entienden. El libro pone juntas columnas que se publicaron todos los sábados y que en la lectura del día se van perdiendo y en el libro están todas juntas y permiten formar una especie de constelación. El lector es libre de armarla como quiera y completarla con su experiencia.
–En el periodismo es muy infrecuente escribir en estado de pregunta. Pero lo cierto es que uno tiene pocas respuestas. A veces no sabe si le gustó o no le gustó un libro o una película, por ejemplo.
-Sí, a lo mejor uno ve una película y tarda uno o dos años en hacerle efecto. La que al principio te gustaba mucho después no te interesó o al revés: salís del cine sintiendo que viste un plomo y la película empieza a trabajar dentro tuyo y con el paso del tiempo se convierte en algo central. Es como el golpe de Kill Bill, el efecto llega mucho después.
–Pero vivimos en una sociedad de opinólogos y hay que dar respuesta a todo.
-Sí, pasó con la pandemia. Salieron de inmediato a hablar filósofos, algunos muy buenos, que se vieron obligados a decir algo porque hay que demostrar que sabés. Pero en realidad lo que nos demostró lo que pasó es que no sabés nada y vas aprendiendo en el día a día. Yo prefiero plantear dudas, no certezas.
– Tu libro habla, entre otras cosas, de la paternidad. Hay una escena muy conmovedora que tiene que ver con tu papá. Entrás a su dormitorio y ves que a su lado hay chatarra que juntó él y que forma un árbol. Siempre partís de una escena concreta.
-Sí, es el árbol Bodhi que es el árbol en el que Buda tuvo la iluminación. Yo pienso que los verdaderos budistas no son los budistas, sino la gente que acepta el devenir, acepta que es joven, que es vieja, que está enferma… Cuando tenés una gran capacidad de aceptación lo que haces es tener amor por tu destino. Y eso es muy difícil de lograr, porque uno tiende a pensar siempre que merece más de lo que tiene, aunque tenga de todo. Partir de una cosa concreta tiene que ver para mí con la idea de que una técnica que te sirve para escribir, te tiene que servir para vivir. Si vos lees mi libro y solo te sirve para que escribas algo, para que saques técnicas, a mí no me interesa. Tiene que servir para que resuelvas cosas personales.
–Tu padre fue actor. ¿No influyó eso en que siempre plantees una escena?
-Eso no lo pensé nunca, pero creo que cada lector puede poner lo que crea y lo que le sirva. Sin duda que el hecho de que mi papá haya sido un actor de una determinada forma, que yo haya crecido en una familia muy inclusiva formó mi manera de pensar el mundo. Gracias a esa familia humilde y popular, yo no hago una diferencia entre lo que es alto y lo que es bajo.
–Incluso le criticás a Bolaño que parecía tener muy claro qué literatura es una mierda que no se debe recomendar.
-Claro, primero porque todos sabemos que con la mierda se hace combustible. Y segundo, porque lo que para mí es una mierda al otro le puede parecer revelador. Hay escritores como Roberto Arlt que están construidos por literaturas aparentemente menores, pero para Arlt fueron esenciales y las metabolizó en potencia. Me parece que Bolaño veía a la literatura como una máquina de guerra y él se convertía en un soldado. A mí me gusta más ser un soldador, alguien que cruza y mezcla cosas, no que dice “esto no sirve”. Confundir tu propio gusto con la literatura me parece un error tremendo.
-¿Leés en contra de cualquier canon?
-Sí, siempre los cánones y los géneros me han resultado opresivos. Pienso que un haiku pude ser una novela, que una novela puede ser un haiku, que un poema puede ser un ensayo y que un ensayo puede ser una obra de teatro. Creo que hay que hacerlos implosionar y sacar a los géneros del lugar estereotipado que ocupan. Una de mis luchas diarias con la vida es salir de la repetición y el estereotipo, prefiero tener dudas y no certidumbres.
-Eso está presente en todo el libro.
-Me alegro, porque eso es lo que quiero plantear cuando escribo. Soy un escritor que también es lector en el momento en que está escribiendo. Leo la realidad de las situaciones y no tengo respuestas.
-Volviendo a tu padre…
-Te voy a contar algo sobre él. Cuando mis hermanos y yo éramos chicos, mi papá que era actor trabajaba en una obra que se llamaba Deliciosamente amoral. El hacía el personaje de un dentista. Él siempre contaba en la mesa familiar que cuando salía al hall del teatro para escuchar los comentarios, todos decían que la obra era muy buena pero que el que hacía de dentistas era malísimo. Él no transmitía eso como frustración y todos nos reíamos. Para mí eso fue una enseñanza. Aprendí que en la vida tenés que tener una gran capacidad de frustración porque cuanto menos capacidad de frustración tengas, peor la vas a pasar. Mi viejo decía que él quería ser actor, pero que era un mal actor y entonces, como tenía que darles de comer a tres hijos, pasó a ser representante de actores. Trabajó con Juan Carlos Altavista y con Alberto Olmedo y así nos mantuvo. Eso nunca fue algo agobiante o triste para nosotros. Para mí fue una enseñanza. Hay personas que ponen toda su vida en algo, en lo que sea, y si eso no les sale, se convierten en resentidos. Si leés a Spinoza o a Gilles Deleuze ves que trabajan a favor de la afirmación de la inmanencia. No sos el mismo después de leerlos. Todo pasa acá, en la Tierra, no hay una trascendencia en un sentido platónico o religioso. Por eso tenés que tener amor por los hechos que te van aconteciendo porque eso significa una aceptación. Yo estoy a favor de las pasiones alegres, no de las pasiones tristes que son las que te quitan potencia. El poder quiere siempre disminuir tu potencia, porque así hace lo que quiere con vos.
-Contás que cuando cumpliste 10 años, tus padres decidieron animar tu fiesta, que tu viejo se vistió de payaso y uno de los chicos te preguntó quién era el payaso que hacía chistes tan malos. Me llamó la atención que no lo recordaras como algo doloroso.
-Al contrario, lo cuento como un recuerdo muy divertido. Creo que en esa actitud de mi papá había una posición creativa. Es como cuando te regalan una corbata roja y una azul y cuando te ponés la roja te preguntan si la azul no te gustó, y cuando te ponés la azul te preguntan si la roja no te gustó. Entonces resolvés la dicotomía, la tensión, y te ponés las dos. Eso hizo mi papá y eso también es un poco escribir.
–Pero no es muy frecuente que los escritores se pongan las dos corbatas (risas).
-Ese es un acto que tenés que hacer todo el tiempo, no solo cuando escribís. Lo tenés que hacer en la vida.
-¿Por qué practicas karate?
-Porque tengo una tendencia a la melancolía y a la tristeza desde que soy muy chico y lucho contra eso. Es una disciplina que me permitió producir endorfinas y estar en estado de presente. A mí me sirvió para eso.
-En tus textos te atrevés a la ternura. Cuando hablás de tus hijos se nota un amor enorme.
-Es que me modificaron la vida porque vinieron a trabajar en contra de mi egoísmo, tenés que ocuparte de ellos, estar a su servicio, lo que a veces es muy cansador, pero me hacen feliz. La paternidad no se baja como una aplicación, la tenés que vivir y ejecutar en el momento, vas aprendiendo todo el tiempo.
–También te atrevés a ser tierno en relación con los animales. Decís, por ejemplo, “no se puede ver morir a un perro”. Eso es poco frecuente en ciertos círculos. A veces se lo toma como una sensiblería.
-Es que hay una cultura del cinismo que te obliga a tener que quedar bien parado frente a los demás. Es como si te tuvieras que photoshopear y a mí me gusta que me vean como soy, como estoy, como puedo estar.
Borges, autor de La invención de Morel
-¿Cómo se te ocurrió que La invención de Morel es un texto de Borges y no de Bioy?
-Se me ocurrió leyendo el texto y estudiándolos a los dos. Me pareció que Bioy había hecho una operación que era genial y que consistía en permitir que Borges escribiera su primera novela. Creo que eso le sirvió para liberarse de las seis novelas malas que había escrito antes. Y ese es un trabajo en contra de la originalidad.
-¿Es positivo ir contra la búsqueda de originalidad?
-Yo veo la búsqueda de originalidad como un mandato del capitalismo que te genera siempre una gran frustración porque te obliga todo el tiempo a querer ser original. Fijate en los mensajes de la publicidad como “Imposible es nada”. Me parece que está bueno rendirse de vez en cuando, no digo claudicar, pero sí rendirte.
-¿Por qué?
-Porque eso es liberador. Si lees en detalle La invención de Morel, te das cuenta de que es un texto absolutamente borgeano y está recontra construido a través del prólogo que escribió Borges. En cambio, Plan de evasión es La invención de Morel pero escrita por Bioy. Cuando trabajás al lado de un genio, tenés que robarle la operación mental y emanciparte, porque si le robás la retórica, lo que te llevás es lo puramente superficial del texto, no lo que es central.