Nacida en China bajo el nombre Lu Xia, escritora de treinta y pico, actriz ocasional, traductora, feminista con conocimiento de dos causas, de izquierda con inocultables guiños peronistas, empresaria de exportación, mujer de carcajada fácil y, como si todo esto fuera poco, con dos nombres a falta de uno, Eva Blanco se convirtió en la primera inmigrante china en la Argentina que escribió una novela en español.
Su obra Ida (de la editorial El Bien del Sauce) recorre el proceso de transformación de una joven china que decide vivir en Buenos Aires, en medio de una cultura tan diferente que la obliga a replantearse todo, hasta lo que creía incuestionable. «Sus cambios interiores son muy, pero muy, profundos. Es como la evolución de un insecto que se transforma en mariposa», explica Blanco con tanta vehemencia que no se sabe si está hablando de su personaje de ficción o, en una de esas, reconociendo en voz alta que la novela es más autobiográfica de lo que ella cree.
–¿Qué hace una escritora china en Buenos Aires?
–Tiene que ver con mi historia. Nací en Zhe Jiang, una provincia que por su importancia económica pueda compararse con la de Buenos Aires. Después de estudiar en la Universidad de Beijing, hice un intercambio en Estados Unidos y en 2011 me vine a la Argentina porque me parecía un buen lugar para desarrollarme en comercio internacional. Al principio mandaba langostinos y pescado a China, y ahora estoy exportando vinos.
–¿Y la escritora cuándo y cómo surge?
–Cuando era niña no podía contar muchas cosas a los demás y la literatura se convirtió en mi refugio. La mayoría de la generación de mis padres no pudo ir a la universidad por la Revolución Cultural y eran muy tradicionales. Me resultaba muy difícil hablar con mi mamá, entonces me dedicaba a leer. En la escuela primaria me encantaban las novelas rosas como Corín Tellado, pero en versión china. Me gustaban las escritoras San Mao, Zhang Ai Ling y Yan Ge Ling que incluí en mi novela. La lectura fue el primer paso para empezar a escribir.
–¿Cómo fue el proceso de Ida, su novela?
–Algo que me pasó, y que no suele ser muy común, es que la escribí en dos idiomas. Algunos capítulos directamente en español, pero otros los escribí en chino y luego los traduje.
–A priori suena complejo.
–Como decía Borges, lo importante en un poema es la primera frase. En mi caso si la primera idea era en chino, escribía el capítulo en ese idioma y viceversa. Recién cuando terminé el libro me di cuenta que las historias que habían ocurrido en China las escribí en chino. Fue como si quisiera mantener mi forma de pensar original y respetar la historia.
–¿Considera que su libro puede ser un éxito en China?
–No creo. Mi intención fue mostrar la cultura china y cómo piensan los chinos. Pero los chinos ya saben cómo es su país. Creo que sí puede interesarles a los chinos que viven en el exterior, lo que pude comprobar con la publicación de la novela en una aplicación online de un medio chino, que hasta ahora tiene unos 90 mil seguidores por capítulo. Los chinos que viven afuera sienten que tienen mucho en común con Ida.
–¿Usted también?
–Inevitablemente hay algunas referencias, pero prefiero decir que no es autobiográfica. Tiene voces de mis amigos pero no me identifico con ningún personaje, aunque quizás un poquito con Victoria (Wang, la directora de la Casa de la Cultura China en Beijing). Sería un sueño tener un trabajo como el de ella y trabajar algunos meses en China y otros en Argentina. Porque yo siento que nunca salí de China. Está en mi sangre. No puedo salir de China.
–Suena algo resignada.
–No, para nada. Acepto mi origen. No quiero salir de algo que no puedo salir.
–En Ida la protagonista sufre profundos cambios en la Argentina. ¿Usted los tuvo?
–Vivir en Argentina me convirtió en una persona más valiente y cuestionadora. Al enfrentarme a otra cultura, constantemente pienso qué es correcto o incorrecto. De a poco me fui adaptando, aunque todavía no entiendo mucho a la Argentina, como el tema de la puntualidad y los dobles sentidos del lenguaje, cuando por ejemplo te dicen «mañana te llamo» y vos sabés que te están rechazando.
–En la novela describe a los argentinos como personas que viven cada día como si fuera el último, en contraposición con los chinos «con planes quinquenales para sus vidas como el Partido Comunista».
–Eso es algo que siento profundamente. Argentina no te permite pensar a largo plazo, aunque la gente quiera hacerlo. La política, la inflación, el dólar y el gobierno hacen que sea muy difícil planificar algo.
–¿Logró acostumbrarse?
–Tiene ventajas y desventajas. Argentina nunca me aburre, pero económicamente me preocupa.
–En el libro también hace mención a la figura de Evita y se pregunta si fue una creación de Perón o viceversa.
–Exacto. Creo que fue una construcción que hicieron juntos. Sin Eva, Perón no es Perón. Y sin Perón, Eva no es Eva.
–En su departamento pueden verse libros y hasta un cuadro de Evita, ¿la elección de su nombre en español fue un homenaje?
–En el diccionario chino el nombre Eva significa independencia y eso me gustó. También busqué un apellido en español para que no me llamaran «Eva, la china». Por eso elegí Blanco, un color que me atrae.
–¿Pero la elección de Eva tiene alguna connotación política?
–En realidad no. Evita era la única mujer argentina que conocía en China, por lo que se trataba de un nombre amigable. Pero si hubiera estado relacionado con alguien violento no lo hubiera elegido, claro. Entonces, quise llamarme Eva por su significado, aunque también hubo alguna influencia de lo otro (sonríe).
–»Ser feminista es el camino de Ida, no hay retorno», plantea en la primera frase de su novela. Luego cuestiona la discriminación que sufre la mujer en China y concluye que quiere transformarse en una argentina. ¿Por qué?
–Siempre me sentí un objeto, hasta que conocí a las argentinas. En China muchas cosas no se pueden decir, pero acá podés opinar tranquila de cualquier cosa. Puede parecer raro, pero me gusta mucho que en la radio se puedan decir malas palabras y que no pase nada. Siempre escucho a la Negra Vernacci, una ídola que detrás de lo que dice tiene algo filosófico.
–¿Se movilizó en Buenos Aires a favor de la despenalización del aborto?
–No fui a las manifestaciones pero estoy de acuerdo con el aborto legal. Como extranjera no quiero meterme en una decisión de los argentinos, pero creo que la mujer debe tener la posibilidad de controlar su cuerpo, de decidir si quiere tener hijos o no.
–Usted nació en China, un país donde la «política de hijo único» también decidió por la mujer durante años.
–Exacto. Fue el otro extremo. Muchos se confunden y creen que en China se puede abortar, pero están equivocados. En ambos casos, en China y la Argentina la situación es la misma: la mujer no puede hacer lo que quiere con su cuerpo.
–En el comienzo de la entrevista citó una frase de Borges, el argentino más traducido en China. ¿Admira a algún otro escritor de estos pagos?
–A Ricardo Piglia. Lo que me pasa cuando lo leo es muy extraño: siento que estoy frente a un autor chino. Sus pensamientos tienen algo de filosofía china, hay una presencia de China en sus obras. Hay otros que me gustan como Manuel Puig y Rodolfo Walsh, pero no tanto como Piglia. Lo de Piglia es algo inexplicable. «