El último trabajo del grupo, "Sesiones ION - Obras de Mozart y Ginastera" acorta distancia entre los compositores por medio del jazz.
Jackson contó con el valioso aporte del pianista John Lewis, quien además se hizo cargo de la dirección musical del cuarteto. Percy Heath en contrabajo y Kenny Clarke en batería (reemplazado por Connie Kay en 1955) completaban el grupo que influyó de manera insoslayable a otros músicos como Dave Brubeck, Paul Desmond, Stan Getz, Lee Koonitz, Gerry Mulligan y muchos otros. Esta impronta de estilo se adaptó a los diversos formatos instrumentales a lo largo de todos estos años y permitió la experimentación constante en diferentes géneros musicales en todo el mundo.
En gran medida, Escalandrum representa en nuestro país un acabado ejemplo de esta estética en la que predomina el virtuosismo pero que deja de lado las estridencias, acercándose a un refinamiento más académico heredero de la tradición europea.
Estas características se confirman una vez más en el nuevo trabajo discográfico de la agrupación, Sesiones ION Obras de Mozart y Ginastera, que será presentado en la Sala Sinfónica del Centro Cultural Kirchner el sábado 18 de marzo a las 20. El décimo disco del sexteto fue registrado en ION, el mítico estudio argentino en una única toma, utilizando la técnica del inglés Alan Blumlein (1903-1942) el inventor de la estereofonía en los años ’30.
La idea de esta grabación surgió a partir de una invitación de Osvaldo Acedo (mánager de Estudios ION) para conmemorar los sesenta años de la legendaria sala, mientras que el repertorio nació de la sumatoria de comisiones especiales encargadas al grupo durante el año 2016: una por parte de la Fundación Konex para que la agrupación interpretara música de Wolfgang Amadeus Mozart en su Festival de Música Clásica, y otra a pedido del Ministerio de Cultura de la Nación para que realizara un homenaje al compositor argentino Alberto Ginastera en el año del centenario de su nacimiento. Sin sobregrabaciones, edición o mezclas, el resultado de este álbum sorprende por la calidad tanto de las interpretaciones como de los arreglos, a cargo del pianista Nicolás Guerschberg, quien se sumerge en cada partitura para proporcionarle la impronta estilística del grupo.
La selección reservada a Mozart incluye los dos primeros movimientos del «Concierto para Piano no. 23», en los que la base rítmica (Daniel Pipi Piazzolla en batería y Mariano Sívori en contrabajo) sostiene el trabajo contrapuntístico a cargo de los vientos (Gustavo Musso en saxo alto y soprano, Damián Fogiel en saxo tenor y Martín Pantyrer en clarinete bajo y saxo barítono) que interaccionan con los andamiajes armónicos y melódicos del piano de Guerschberg. En todos los casos y, como ya es característico en el sexteto, esta interrelación permite el lucimiento de los instrumentistas en solos de gran refinamiento que no intentan fracturar el clima de cada obra, sino que se integran en una sutil y medida dosis de libertad de improvisación.
En «Rondo alla turca», de la «Sonata para Piano no. 11», la marcación rítmica en cinco tiempos le otorga un clima de gran dinamismo, en el que Fogiel y Piazzolla encuentran sendos momentos de lucimiento con sus instrumentos. «Lacrymosa» de la «Misa de Requiem en re menor, K. 626» (obra, que Mozart dejó inconclusa en su lecho de muerte) comienza con el grave sonido del clarinete bajo de Pantyrer y desarrolla su juego de voces a lo largo de toda la obra, en una atmósfera melódica densa, iluminada en ciertos pasajes por el solo a cargo de Musso.
El primer movimiento de la «Sinfonía no. 40», con su original comienzo en tiempo de milonga, sirve de puente sonoro entre el compositor vienés y Ginastera, de quien se presentan obras de su primer período como compositor, las más centradas en su momento tradicionalista, como «Pequeña Danza» del «Ballet Estancia», composición de gran dinámica rítmica en las que se potencian en la instrumentación elementos de contrapunto a cargo de los vientos, seguida por la sutil y melodiosa «Danza de la moza donosa».
»Malambo» (también del «Ballet Estancia») con su ritmo marcado, encuentra en mitad de su ejecución momentos de libertad e improvisación los que, de alguna manera, se van encauzando a medida que transcurren los compases y, en especial, tras el solo de batería de Piazzolla. «Milonga» («Canción al árbol del olvido») proporciona un cierre reposado para un disco en el que Escalandrum demuestra que, a dieciocho años de su creación y tras haber actuado en infinidad de escenarios internacionales (lo que lo hizo merecedor de múltiples distinciones), continúa apostando a reducir los límites entre la música popular y la académica, por medio de un refinamiento musical en el que el jazz y la experimentación son su materia prima.
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