Advertencia al lector: si sus convicciones morales le impiden los desbordes, no abra Sanmierto el libro que Emilio Jurado Naón publicó a través de la editorial Leteo. Entre sus páginas se desarrolla una orgía, una verdadera orgía lingüística. Las palabras, muchas de ellas anacronismos del siglo XIX, copulan desenfrenadas en un barroquismo delirante, mientras la estatua de Sarmiento levantada por Billiken que marcó todas las infancias argentinas, explota, vuela por el aire y se disemina hasta terminar siendo Sanmierto. Es increíble cómo un simple cambio de orden en las letras le da al apellido del prócer sanjuanino un dejo de pronunciación gardeliana: volver con la frerte marchita, silercio en la noche… Sanmierto. La historia parece pujar siempre por la centralidad de Buenos Aires, también en la literatura. Otra advertencia: la escritura de Jurado Naón no se parece a la de ningún escritor actual y su irreverente sátira sarmientina está teñida de admiración.
“Hay en el lenguaje que me interpela -dice -, y que tiene que ver con las palabras raras, anacrónicas y también con los neologismos. Me parece que hay toda una historia en el lenguaje que pasa inadvertida, pero que existe. Las palabras que uno usa o deja de usar también cuentan una historia. Para mí Sarmiento era un escritor que usaba muy bien el lenguaje, que escribía muy bien. El origen de este libro tiene que ver con mi experiencia de lectura de sus textos. Quise parodiarlo y, a la vez, homenajear su fascinación orgiástica por el lenguaje. Siento que él rompe la lengua, la estira, abusa de ella. Era un gran mentiroso, un gran sofista. Como todo político y escritor podía hacer lo que quería con el lenguaje, incluso cuando se trataba de algo terrible. Un ejemplo es su texto sobre Chacho Peñaloza. Como gobernador de San Juan lo mandó matar por una suerte de sicario. En un texto dice a la vez que él no lo mandó a matar, pero que, de alguna manera, era responsable de su muerte, como para sacar algún rédito político. Es un texto rarísimo en el que se desdobla: habla al comienzo en primera persona y luego en tercera.”
El autor agradece su contacto con Sarmiento a algunos docentes como Adriana Amante, profesora de Literatura Argentina en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
“Mi trabajo –agrega- consistió en hacer sonar la voz de Sarmiento siendo consciente de que estaba deformándola. No fue una mímesis, sino una parodia.”
¿Por qué elegir un lenguaje barroco ubicado en las antípodas de lo que suele escribirse actualmente? “Por un lado -contesta-, me gusta ese tipo de literatura. Por otro, siento que en lo que se escribe hoy el lenguaje tiende a ser neutro y empobrecido. Eso no me gusta, como tampoco me gusta cierta construcción de personajes, especialmente de narradores, que es chata y anodina, de un realismo costumbrista que ni siquiera es totalmente eso, sino más bien una anemia. Hay un escritor que influyó en mí cuando escribía Sanmierto, que me guió o del que me ‘copié’ un poco, que es Osvaldo Lamborghini. Su lenguaje tiene algo muy dramático en términos teatrales. Yo me autoimpuse la premisa de escribir un relato oración por oración. Hay una frase que no sé si es de él o es apócrifa, que es ‘corregir una frase con la siguiente’. Me encantó porque creo que a la literatura contemporánea le falta un poco de orfebrería de la oración como unidad mínima del relato. Para mí eso es lo que hace que un texto narrativo pueda ser leído también como un poema.” Y, en efecto, aunque se descrea de los géneros literarios, lo cierto es que Sanmierto puede ser leído como un largo poema. Sus episodios tienen independencia, pero, a la vez, un hilo conductor que los conecta: una lengua enloquecida, hiperbólica y delirante. La estructura no es azarosa, sino el resultado de la intención del autor que quería “que cada episodio pudiera leerse oración por oración, que tuviera independencia y, a la vez, pudiera leerse en una serie.”
Ambiguo, desbordado, loco, quizá con algún ribete pedófilo y también con una pincelada homosexual, Sanmierto es una versión hiperbólica de Sarmiento. “Siempre sentí –confiesa Jurado Naón- una fascinación y, a la vez, un rechazo por este prócer. Su figura potencia el amor y el odio. Aludir a su sexualidad es una manera de hacerlo humano. La visita de las alumnas al calabozo o su fascinación con Villegas podría podrían ser una fantasía. Todo está tan delirado que no queda muy en claro, pero la intención es que Sarmiento deje de ser un busto pétreo.”
Y aunque el nombre Sanmierto suene gardelianamente porteño, Jurado Naón escribe a contrapelo de esta tendencia: “La ficción de hoy suele ser muy de ciudad. Yo quería que Sanmierto tuviera un mapa nacional, incluso por fuera de lo que hoy es el mapa nacional. Por eso aparece, por ejemplo, la isla Martín García, que Sarmiento decía que debía ser la capital de Los Estados Unidos del Sudamérica, una especie de Mercosur, y también otros territorios como la selva o el Cuyo. Me parece interesante –concluye el autor- la idea de que se pueda escribir una novelística argentina que sea realmente del territorio.”