La muerte de una albacea misteriosa, un documento que debía estar y no se encuentra, la aparición repentina de herederos en los que nadie había reparado. En las últimas semanas, la inesperada ausencia del testamento de María Kodama fue dando paso a una trama que recuerda a algunos cuentos de Borges.
Más allá de la incertidumbre actual sobre los derechos de autor, estos episodios invitan a preguntas de distinta índole: ¿por qué este tipo de tramas despiertan cierta afinidad con su literatura?, ¿cómo fue la relación de Borges con el mundo editorial?, ¿cuáles son sus herencias en la cultura argentina? Tiempo Argentino conversó con Lucas Adur, doctor en Letras por la Universidad de Buenos Aires y especialista en la obra de Borges.
Una trama borgeana tras la muerte de Kodama
“A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos”, escribió Borges en «El sur», cuento que narra la historia de Juan Dahlman, un bibliotecario de Buenos Aires con una inclinación especial para la soledad y el hábito de algunas estrofas del Martín Fierro. Convaleciente por un golpe en la cabeza, Dahlman viaja al sur en un tren que también lo lleva al pasado, a una vieja pulpería en la llanura, como si estuviera dentro de un poema gauchesco. “En la obra de Borges, la realidad a veces parece contaminada de literatura. Por eso resulta elocuente que lo que está sucediendo con su obra pueda relacionarse con algunos pasajes de sus cuentos”, dice Adur.
“Asombroso destino el de Ts’ui Pen (…), todo lo abandonó para componer un libro y un laberinto. A su muerte, los herederos no encontraron sino manuscritos caóticos”, se lee en «El jardín de los senderos que se bifurcan», una cita que por estos días se transformó en meme. En el cuento, el enigma se resuelve a través de un texto: una publicación en los diarios británicos termina siendo un comunicado de guerra para la ciudad de Berlín. A través de un mensaje cifrado, se indica el nombre del lugar que deben atacar. “Para Borges era muy importante el carácter performativo que puede llegar a tener la escritura, sus efectos sobre la realidad. Por eso le fascinaba la Biblia, entre otras cosas. Hay cuentos enteros que se basan en esta premisa; la presencia o ausencia de un texto en un contexto específico modifica un determinado estado de cosas”, explica el investigador.
“Además -continúa Adur-, como Borges le daba una gran importancia al mundo editorial en un sentido amplio, también aparecen tematizadas estas cuestiones en sus relatos. Muchos de sus cuentos usan el recurso del manuscrito encontrado. En «El informe de Brodie» o «La Secta de los Treinta», por ejemplo, de repente aparece un texto que estaba perdido y ese texto obliga a releer otros de una manera diferente”.
El mundo editorial
-¿Por qué decís que le daba importancia al mundo editorial en un sentido amplio?
–Fue un escritor muy consciente del campo literario y de que hacer literatura no implicaba sólo escribir textos sino otras cosas más e hizo casi todas: dirigió colecciones y revistas, publicó traducciones, escribió prólogos, propuso antologías de cuentos. En los diarios que Bioy escribió sobre su relación con Borges eso está muy en primer plano. O, también, en «Borges novelista», Saer se pregunta por qué Borges no escribió una novela. Y responde que, además de los motivos estéticos -su preferencia por las formas breves-, hay un motivo material muy concreto: Borges hacía tantas cosas para el mundo editorial -editor, traductor, antólogo, jurado de premios, etc.- que no tenía tiempo de dedicarse a un proyecto de tan largo aliento. Contra esa idea, ya desbancada en el mundo académico, pero perenne en la vida de algunos lectores, de un Borges encerrado en la torre de marfil, escribiendo sin intermediación con la realidad, todas sus intervenciones en el plano editorial nos muestran que era casi un activista de la literatura desde muy chico. A los 18 años le escribe un prólogo a un libro de poemas de Norah, su hermana, algo que nunca sale editado, pero ya tenía una gran consciencia del mundo editorial y de que a partir de eso podía realizar intervenciones creativas para irrumpir en el campo literario.
-¿Esa creatividad tenía que ver con cierta imagen de autor que quería construir?
-Sí. Paradójicamente, para ser alguien que abogaba muy fuertemente por la libertad del lector, también buscaba orientar interpretaciones, crear una imagen de sí. En ese sentido, cada vez que republica un libro, lo modifica de acuerdo a la estética que sostiene en el momento de la edición y no de acuerdo al momento en que lo escribió. Fue alguien muy preocupado por el destino de su obra y los modos en que circulaba.
En Borges hay una gran consciencia del libro y de la construcción de la obra como algo que también produce el escritor. Intervenía mucho porque lo pensaba como parte del proceso creativo, como analiza Annick Louis en Obra y maniobras. Para Borges hacer un libro no era sólo escribirlo, también era pensar qué diferencias puede haber entre determinadas versiones, qué efectos de lectura podría provocar poner un cuento en un libro de ensayos, por ejemplo. Aunque el cuento no cambie, y de eso se trata «Pierre Menard, autor del Quijote», los contextos de lectura hacen que el texto sea distinto. Sin duda, su relación con el mercado editorial no sólo fue muy concreta en un sentido laboral, sino que tiene que ver con una manera de pensar la literatura.
Sobre otras herencias
-Esta manera diferente de pensar la literatura, ¿se transformó en uno de sus legados?
–Borges significó una liberación para la literatura. Todos los escritores del boom latinoamericano le reconocen eso. Borges demostró, en principio, que la literatura argentina y latinoamericana no tenía límites temáticos y no tenía por qué seguir a Europa o Estados Unidos, sino que podía marcar vanguardia. Pero, además, Borges influyó en un montón de escritores de todo el mundo. Está, por ejemplo, el famoso comienzo de Las palabras y las cosas de Foucault o toda la teoría de narratología de Gerard Genette, entre muchas otras obras.
-¿Y en Argentina?
–La principal herencia de Borges tiene que ver con haber hecho saltar la literatura argentina hacia adelante, en términos de la libertad. De pronto cualquier cosa puede ser un cuento y casi cualquier cosa puede ser literatura. Una reseña de un libro puede ser literatura, un libro con esquemas matemáticos puede ser literatura, una discusión teológica puede ser literatura, un artículo que parece erudito con notas al pie puede ser literatura. Hay algo de esa libertad que está muy presente en la literatura argentina actual.
También, el legado borgeano fue un problema para la generación inmediatamente posterior o contemporánea de Borges que tenía que escribir contra él. Un libro ilustrativo para pensar estas cuestiones es Borges y la nueva generación, de Adolfo Prieto, ahí se ven claramente las tensiones que generaba. En algún momento fue un peso gigantesco para la literatura argentina. Probablemente, ya en el siglo XXI esa herencia deja de ser un problema y pasa a ser una potencia. Por eso Borges sigue vivo, porque se puede seguir escribiendo en diálogo con Borges, en discusión con Borges, contra Borges. Pero también ya se puede escribir ignorando a Borges, que era algo que no se podía antes.
-¿Y más allá de la literatura?
-Fue una figura pública, él decía que sus obras completas eran el libro más vendido y menos leído. También la herencia de Borges es Capusotto
parodiando las entrevistas o la historieta Borges, inspector de aves de Lucas Nine. La presencia de Borges va mucho más allá de su literatura. Si bien se transformó en una suerte de emblema de escritor erudito, muy dedicado a los libros y casi encerrado en una torre de marfil -imagen que no le hace justicia por lo que mencioné antes-, también puede ser una puerta de entrada a casi todos los temas. A través de él se puede leer a Cervantes, Quevedo, Shakespeare y hasta la Biblia, pero también cuestiones que van más allá de lo literario, como Internet o la física cuántica.
-¿Hay una herencia en el campo de la política?
-Sin lugar a dudas sus opiniones políticas incidieron en la manera en que fue leído. Algo que resulta significativo, y esto lo trabajo en mi tesis, es que cuando Borges muere cambia la percepción de los lectores acerca de algunas de sus posiciones, por ejemplo, en el campo religioso. Vivo, Borges se declaraba agnóstico y no ahorraba ironías contra el Papa y la teología, era una suerte de enemigo para la Iglesia. Casi inmediatamente después de su muerte, se lo relee y revalora como una suerte de «buscador de fe», muy interesado en el cristianismo. Deja de ser un adversario y pasa a ser alguien a reivindicar en el propio bando. A lo mejor, se podría pensar si eso funciona también en términos políticos. Lo cierto es que hoy en día ya no leemos a Borges como la derecha literaria, cosa que en su momento se hizo. Hay un ciclo que se terminó de cerrar en el ‘99, cuando Borges ya se convirtió en un objeto consagrado que pueden tomar todos los bandos. ¿Estaremos ahora frente a un nuevo quiebre en la manera de leerlo?