La presentación de un algoritmo de inteligencia artificial capaz de producir, guionar, montar y presentar sus propios resúmenes de los partidos de la Premiere League pone en evidencia la necesidad de replantear el rol humano en el flujo de la información.
¿Por qué siendo un hecho de semejante trascendencia pasó casi desapercibido? Si se lo mira de manera romántica podría pensarse que, como ocurrió con los indígenas frente a las carabelas de Colón, el ser humano contemporáneo no está capacitado para alcanzar a entender el giro histórico al que se enfrenta. Posible, pero poco probable: tal vez sea más realista pensar que el mundo cambia tan rápido que la humanidad ha perdido la capacidad de asombro. Hoy las revoluciones se miden minuto a minuto.
La última alternativa, de carácter por completo materialista, es que los propios medios prefieren mantener el perfil bajo para no deschavar su propio plan para bajar los costos que implica mantener activa una empresa periodística. De hecho, uno de los que le dio un espacio a la noticia no tuvo empachos en encararla exactamente desde ese punto de vista. Fue el diario británico The Times, que para presentar al robot de Reuters eligió una frase sugestiva: «Cuidado, Gary Lineker: este presentador va detrás de tu trabajo y no cuesta 1,75 millones de libras al año». El «chiste» hace referencia a la labor que el exgoleador de la Selección inglesa realiza desde hace años como conductor de un programa deportivo en la BBC y al ahorro que representaría poner en su lugar a un periodista virtual.
El escritor y ensayista argentino Juan José Becerra analiza el asunto desde una perspectiva análoga. «Creo que lo que buscan producir las empresas como Reuters es un costo menor para sus productos. Es decir que aquello que se produce les cueste menos que lo que cuesta un periodista», afirmó al ser consultado. Para el autor de libros como Fenómenos argentinos (Planeta), la aparición del robot periodista está directamente vinculada «a la historia de la mano de obra» y a los procesos que tuvieron lugar durante la Revolución Industrial, a finales del siglo XVIII. «Si entonces un hilandero fue reemplazado por la máquina de hilar, ¿por qué a la mano de obra de una persona que produce contenidos no la puede reemplazar una máquina?», se pregunta Becerra, quien concluye que detrás de estas innovaciones «hay una lógica industrial bastante arraigada que obedece al hecho de que el que paga siempre quiere pagar menos».
El robot periodista de Reuters funciona a partir de un algoritmo de inteligencia artificial que se abastece en tiempo real de los contenidos que la propia agencia produce en torno de los partidos de fútbol, incluyendo estadísticas, fotografías y videos. A partir de ellos el sistema es capaz de procesar la información, escribir su propio guión (incluidos subtítulos o zócalos), editar las imágenes y generar un personaje de apariencia humana que se encarga de transmitir el reporte.
Para Ingrid Sarchman, investigadora y docente de la Universidad de Buenos Aires, responsable del Seminario de Informática y Sociedad de la carrera de Comunicación, el surgimiento de estas tecnologías es «el resultado de procesos largos que se sostienen en la convivencia entre hombre y máquina», pero que produce miradas opuestas. «Si la visión humanista creía que había una naturaleza humana que las máquinas alteraban (y alteran), muchos autores y posturas en cambio asumen que puede existir una colaboración y cooperación entre ambos», dice Sarchman. Este último enfoque «deja de lado las fantasías relacionadas con el miedo a la máquina, propias de la ciencia ficción y basadas en la idea de que los robots invaden el planeta. En las sociedades del capitalismo tardío este temor se traduce en la idea de que los hombres perderán su trabajo» por culpa de las máquinas.
El problema de estas visiones optimistas surge en el paso que va del dicho al hecho. Porque, según la investigadora, «en la práctica a las megaempresas no les interesa capacitar a sus recursos humanos para que hagan otras cosas, sino que tienden a expulsarlos, especialmente cuando cumplen determinada edad».
Para ella, «queda claro que si el robot pasa a hacer el trabajo humano no sólo cambia el trabajo, sino que también cambia el hombre». Puesto en los términos de la comunicación «se puede pensar que hasta cambia la idea de receptor. Porque si se modifica el relator, con él también lo hacen las audiencias, el oído y lo que se espera de quien relata». «Si vos como audiencia estás acostumbrado a ver películas dobladas y de pronto todas las películas son subtituladas, vas a tener que cambiar tu manera de consumir cine», ejemplifica.
Becerra tiene una mirada más desencantada. Para él cambiar a un periodista humano por uno robotizado produciría en el espectador más o menos el mismo efecto de «encantamiento». Un estado cercano a la hipnosis que inevitablemente «deriva en la indignación o en la conmoción, relaciones afectivas que surgen por el lado de la ira o incluso del llanto y el melodrama», que según el escritor forman parte «del arco de efectos sobre el que trabaja el periodismo de máquinas» que producen los grandes conglomerados mediáticos. En resumen: el espectador acostumbrado a indignarse frente a las noticias lo seguirá haciendo, y el que se conmueva también, sin importar quién se las transmita.
Además, Becerra cree que la utilización del periodismo deportivo como base para esta prueba tiene que ver con el hecho de que, dentro de las ramas del oficio, es la que se encuentra en peor estado. Y reconoce (un poco en broma, un poco en serio) que la posibilidad de que «una máquina pueda reemplazar a Marcelo Palacios (periodista de TyC Sports) a mí sinceramente me hace muy feliz». Porque en el fondo, afirma, «el algoritmo también está movido por una fuerza idiota, una fuerza humana que se mide a través de los instrumentos que hacen fuerte al populismo de mercado». Por lo tanto, «lo que estos robots van a hacer es darle a la gente lo que quiere», de modo que «el círculo sigue funcionando, pero esta vez sin escala humana», que en este sistema quedaría reducida «al nivel del consumo». Por eso también sostiene que este tipo de algoritmos nunca podrá reemplazar a los «autores», sino que están destinados a reemplazar a «las máquinas humanas como Marcelo Palacios», pero por un costo menor.
En esa misma línea y sin salir del territorio del periodismo deportivo, Sarchman sostiene que lo que distingue «a la naturaleza humana es la imprevisibilidad, el hecho de que, de manera inentendible, a Víctor Hugo se le haya ocurrido la frase del barrilete cósmico» y que «tal vez ese sea el valor agregado» que distingue a lo humano de lo automático. «Estas son las cosas que obligan a repensar qué lugar y de qué manera podemos entender la naturaleza humana, y cómo se va modificando en esa relación con la máquina», continúa la docente. No resulta menor en ese sentido que la labor del periodista robot de Reuters se concentre en la acumulación de datos estadísticos, al mismo tiempo que se desentiende de lo emotivo, del relato que producen los cuerpos de los jugadores en acción. «Creo que es una de las cosas más interesantes para pensar el asunto», afirma Sarchman, «porque obliga a definir el campo de la comunicación». Y se pregunta cuáles son los elementos que se ponen en juego en la escena comunicacional y si no existe la posibilidad de que en algún momento las emociones también puedan ser transmitidas por las máquinas. «En principio, se puede pensar que existe una dimensión a la que la máquina no puede acceder, esa imprevisibilidad que permite que algo pase por única vez».
Parece entonces que el arma con la que cuentan los periodistas humanos en su competencia contra sus nuevos colegas virtuales es esa capacidad de generar relatos únicos, de ir más allá de la simple selección y ordenamiento lógico de los datos informativos. «Todos queremos que nos cuenten un cuento», afirma la académica, quien junto a su colega Margarita Martínez escribió el libro La imprevisibilidad de la técnica, que en breve será editado por la Universidad Nacional de Rosario. «Si hay algo que las personas podemos hacer mucho mejor que las máquinas es inventar historias, adornarlas, usar palabras que en principio no tienen relación: eso es el barrilete cósmico«, continúa. Quizá se trata de ver más allá del aspecto amenazante de la tecnología. Sarchman no tiene ninguna duda: «Creo que estos avances nos enfrentan mucho más con preguntas acerca de las capacidades y las posibilidades humanas, que con el miedo o el rechazo a la máquina». «
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