Dentro de los numerosos temas que han atraído la atención de los fotógrafos argentinos, el encierro pareciera ocupar un lugar singular. Quizás debido a que, al ver el tratamiento que damos a las personas más vulnerables o apartadas de las normas que nos rigen como colectividad, podemos evaluar la calidad humana de la sociedad en la cual vivimos.
Lo cierto es que muchos artistas han registrado las condiciones de hospitales psiquiátricos, cárceles, hogares de ancianos y otros espacios de cuidado y control, dejando testimonio de una cotidianidad diferente a la que estamos acostumbrados. Sus imágenes exhiben personas y situaciones frecuentemente sustraídas a la mirada, al tiempo que nos brindan un espejo para reflexionar sobre el valor y las fronteras de la libertad.
Con la edición de Humanario (1976), Sara Facio y Alicia D’Amico abren este camino, al mostrar el estado de los hospitales psiquiátricos de la ciudad de Buenos Aires. Si bien las fotografías habían sido tomadas diez años antes, su publicación coincide con el inicio de la última dictadura militar, que prohíbe la circulación del libro. “Humanario era subversivo – afirma Horacio Fernández – porque el manicomio es una alegoría de la sociedad que vigila y castiga. Una cárcel para marginados que pasan día tras día, y año tras año, vegetando sin ocupación alguna, en patios/plazas vigilados por médicos/policías”.
El retorno de la democracia promueve la salida a las calles y el redescubrimiento de una vida social dolorosamente obturada en los años anteriores. Eduardo Gil, Ataúlfo Pérez Aznar, Helen Zout, Adriana Lestido y Tony Valdez, entre otros, registran esos tiempos ambivalentes que mezclan la euforia por la recomposición civil con la asimilación del oscuro legado de la represión. En sus imágenes, quienes viven en los márgenes de la comunidad ya no son personas que temer o perseguir, sino seres con dificultades y necesidades, como cualquiera de nosotros. Hay en ellas una mirada profundamente humana que nos interpela, que no admite la indiferencia, que se formula desde una ética testimonial en la cual el retratado es siempre protagonista, y nunca objeto de representación.
En el nuevo milenio, la fotografía multiplica sus capacidades expresivas al integrarse al amplio espectro de las artes visuales. En los trabajos de estos años, conviven la vocación testimonial con exploraciones conceptuales que muchas veces responden a las investigaciones e intereses específicos de sus autores. Las obras de Gian Paolo Minelli, Marcela Astorga, Alfredo Srur, Roberto Huarcaya, Pablo Cabado, María Eugenia Cerutti, Sub. Cooperativa de fotógrafos y Paula Lobariñas, ponen de manifiesto la vibrante diversidad de perspectivas posibles ante el tema que nos convoca. Entre ellas, llama la atención una vertiente que desplaza el foco desde las personas hacia las arquitecturas de reclusión, espacios que se configuran como sitios de intensa proyección emocional y de múltiples evocaciones latentes.
Finalmente, la exposición aborda brevemente el tópico del autoencierro en las fotografías de Eduardo Longoni y Sebastián Friedman. Elegir aislarse no es siempre una decisión individual, autónoma e incondicional. Es otro acto que nos enfrenta con el fantasma de la libertad.