El albañil que convirtió su casa en un cine para los chicos del pueblo

Por: Juan Pablo Cinelli

El documental Un cine en concreto, dirigido por Luz Ruciello, cuenta la historia de Omar Borcard, un cinéfilo que puso su cuerpo y su oficio para que los chicos de Villa Elisa, Entre Ríos, no se quedaran sin la posibilidad de vivir la experiencia de ver películas en pantalla grande.

A veces el cine se mira en el espejo para contarse a sí mismo y así aparecen historias tan secretas como maravillosas. Todo eso ocurre con el documental Un cine en concreto, en el que la directora Luz Ruciello retrata a Omar Borcard, un albañil entrerriano de 64 años, cinéfilo de alma, que cuando cerró el último cine de su pueblo, Villa Elisa, se decidió a construir uno él mismo. En su propia casa.

La empresa demandó 168 domingos en los que, después de trabajar toda la semana, Omar puso el cuerpo y el oficio para no quedarse sin cine. Para que los chicos del barrio tuvieran la posibilidad de vivir esa magia que él conocía desde niño y que lo acompaña hasta hoy. La sala Paradiso estuvo lista en el 2000 y desde entonces su casa es también el lugar en el que los vecinos se juntan a ver películas. Un cine en concreto se estrena el próximo jueves en el Cine Gaumont, Av. Rivadavia 1635.

“Cuando empecé a construir la sala en noviembre de 1996, lo hice para que el cine vuelva a la ciudad, pero también para sacar un poco a los chicos de la calle, darles un lugar de esparcimiento y contención. Además de mi amor y pasión por el cine, claro”, cuenta Omar. “Pero jamás hubiese imaginado que iba a pasar todo esto de llegar a una pantalla grande con mi propia historia. Eso también hay que agradecérselo a Luz Ruciello… y a Dios, que la puso en mi camino para que conociera mi historia y que la quiera contar”, agrega. “Con Luz siempre discutimos, en buenos términos, porque ella dice ‘Sí no existiera Omar no existiría la película.’ Y yo le digo que puede haber una historia pero si no hay quien la cuente, la historia tampoco se conoce.”

-¿Cómo se siente con eso de haber pasado de ser un espectador para convertirte en protagonista? Es un gran salto.

-Haber vivido tantos festivales como los que pude ir fue la frutilla de la torta. Estar en un estreno en un teatro tan enorme como el Gran Teatro Nacional de Lima fue increíble. Después estuve en otros festivales, pero siempre, por más que haya pasado por todos esos lugares, sigue siendo difícil manejar la ansiedad, no lo puedo dominar. Y ahora estoy con esa ansiedad por el estreno, contando los días, porque falta poco.

-¿Qué tuvo de especial la primera vez en Lima, diferente de las que vinieron después?

-La verdad es que allá no me pasaron grandes cosas durante la proyección y si vos me preguntabas al día siguiente por la película casi que ni la recordaba. Fue como si estuviera en una burbuja, porque era la primera vez que había viajado en un avión, la primera vez fuera del país y en un festival de cine. Entré por primera vez por la famosa alfombra roja, donde los fotógrafos me gritaban “¡Omar, Omar!” y yo miraba y era una foto y otra foto. Y cuando terminó la película, una ovación tremenda, como si fuese famoso y no lo era. Una cosa tan fuerte, tan increíble que no llegué a tomar la dimensión de la película, porque estaba en el aire.

-En la película usted recuerda la fascinación que sentía cuando eras un nene por las estrellas de cine y en especial por Palito Ortega. Y por un momento, en esa alfombra roja, usted también estuvo ahí.

-Sí, porque yo no conocía a grandes estrellas y ahí en Lima me hice una foto con Martina Gusmán, a quien admiro muchísimo. También pude hacer una foto acá en Entre Ríos con Leonor Benedetto y con Palito, mi ídolo de toda la vida. Acá en Villa Elisa muchos conocidos me dicen “Omar, el famoso”. Y yo les digo que no soy famoso… tal vez popular, eso puede ser (risas). La fama es otra cosa.

-Dice que su trabajo es un intento por integrar a la comunidad y transmitir cultura. No debe hacer sido fácil en los ’90 o a comienzos de los 2000, cuando tantos chicos empezaron a andar por la calle.

-En ese momento todavía el dólar estaba uno a uno, que después nos termina llevando a un desastre, pero en ese momento te servía, porque las cosas no aumentaban y podías ir acopiando material y construir de a poquito. Fue un trabajo de hormiga. Algo que con la economía de hoy sería imposible. Lo que me daba fuerza en aquel momento era pensar en cómo iban a disfrutar de ese cine los chicos del pueblo. Yo cobro una entradita muy módica para que los chicos humildes no dejen de venir. Este no es un proyecto comercial, lo hago por placer. Si no hubiera hecho el cine seguro tendría un auto mejor, pero no me sentiría realizado.

-¿La situación económica actual complica mucho poder sostener la sala?

-La verdad sí, porque nunca tuve apoyo político. Este año estuvo complicado empezar la temporada, porque todos los años viajo a Buenos Aires a comprar películas originales, pero no tenía fondos. Entonces los vecinos me empezaron a dar trabajitos livianos que yo pudiera hacer (pintar una puerta, barnizar unas maderas) y todo eso lo fui poniendo en un ahorrito, que yo le digo la caja del cine. Y ahora cuando vaya al estreno en el Gaumont voy a aprovechar para comprar esas películas. Ojalá que esa noche del estreno también aparezca alguien que pueda darme una mano, algún padrinazgo, algún apoyo, porque ya con la edad y la salud que tengo se hace muy difícil. «

Una charla de cine

-En la película usted cuenta con emoción su vínculo con el cine cuando era chico. ¿Cuáles son las películas de aquella época que le han quedado grabadas en la memoria?

-Hay muchas que no volví a ver, pero que son imborrables. Por ejemplo El puente sobre el Río Kwai (David Lean, 1957); Dr. Zhivago  (David Lean, 1965), o Últimas nieves de primavera (Raimondo Del Balzo, 1973). A las de Luisito Sandrini las adoraba, realmente. Muchas películas que me encantaban. Las del lejano oeste, las de Giuliano Gemma, Franco Nero, John Wayne, me encantaban. A veces consigo un clásico de esos en castellano, porque la gente de acá es muy mañera para leer (risas). Tengo algunas de John Wayne. Una película que me impactó muchísimo fue Django (Sergio Corbucci, 1966), donde Franco Nero arrastraba un ataúd, pero esa no la consigo en castellano. La que había hecho Monzón con Susana Giménez, en Italia…

El macho se llamaba, ¿no?

-Sí, esa. Actores como Anthony Quinn, Raquel Welch, Brigitte Bardot. De acá en Argentina Graciela Borges, a quien admiro mucho… actores de gran nivel.

-¿Y de las de Palito?

-Hay dos, tal vez tres… aunque me gustan todas. Pero las que más te marcan son Los muchachos de mi barrio (1970)… eh… Mi primera novia (1965). Y después alguna de las que hizo con Sandrini…

-Película muy emotivas.

-Sí, pero este país tiene un problema. Yo veía cuando falleció Sandro, que no era mi ídolo pero lo admiraba porque era un artista enorme. Pero en su velorio había gente que decía “¡Este era un artista, no como Palito…!”  ¿Por qué? Andá, despedí a tu ídolo y no nombres a los demás, ni a Palito, ni a Leo Dan… Cada cual con su ídolo. Es como que para todo hay una grieta eterna y no aprendemos a respetar.

-¿Y vio alguna de las películas de Luis, el hijo de Palito?

-De Luis vi solamente una que filmó con la mamá y Graciela Borges… Monobloc (2005). Y estoy esperando que salga el DVD original de El ángel, que dicen que es un peliculón. El problema mío es que a mí las películas me llegan cuando sale el DVD original. Habría que agilizar eso, porque la gente si no compra piratería.

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