“Cometierra, acá desaparece gente todo el tiempo, aquí tu don es oro”. Con esta frase comienza la segunda novela de Dolores Reyes, Miseria (Alfagura), nacida de su primera y exitosa novela, Cometierra. El don a que alude Miseria, entrañable amiga de Cometierra y pareja de su hermano Walter, es la videncia a través de la ingestión de tierra, en este caso, de la que han pisado las chicas que desaparecen en la ciudad, víctimas de la violencia de género.
Cometierra ha decidido dejar de lado su don y se ha ido desde el Conurbano a un barrio de la gran ciudad para evitar las visiones que la agotan. Pero las chicas desaparecidas parecen pedirle que las busque. La miran desde las fotocopias de sus imágenes pegadas en paradas de colectivos y los postes de alumbrado y Cometierra no puede desentenderse de ese llamado.
La primera novela de Reyes se convirtió en un imprevisto suceso editorial. Pero el éxito tiene doble filo: halaga y, a la vez, a la hora de escribir puede resultar paralizante. Pero en el caso de la autora no fue eso lo que sucedió. Con Cometierra encontró una voz tan fecunda que no la abandona y que sigue generando escritura.
–Miseria retoma el personaje principal de Cometierra. Sin embargo, más que una continuación diría que es una expansión de la novela anterior y no una continuación porque no completa nada que haya quedado en suspenso. ¿Vos cómo la considerás?
-En ese sentido, como una expansión del universo de Cometierra, porque incluso, por momentos, va más atrás. Tanto Cometierra como Miseria retoman momentos pasados que fueron clave en la vida de las dos. Pero también es una continuación porque muestra lo que pasa con ellas en el futuro. Se mueve en los dos sentidos y eso abre mucho el universo de la primera novela.
–¿En qué momento surgió esta expansión-continuación? ¿La tenías pensada desde el vamos o surgió después?
-No, surgió en el principio. Pero cuando cerré esa novela, tenía claro que había allí algunas cosas que quería continuar porque no se habían agotado. Había casos que tenían mayor complejidad y sabía que eso iba a seguir generando escritura. Además, tenía ganas de explorar cómo era contar una historia a dos voces, estudié las posibilidades que me daba eso y sentí muchas ganas de hacerlo. Finalmente, se logró.
–A pesar de la potencia narrativa de Cometierra, en esta segunda novela Cometierra y Miseria tienen el mismo protagonismo. ¿Lo ves así?
-Sí, yo también lo veo así. Creo que están casi en un mismo nivel y se acompañan, son una suerte de coprotagonistas muy complementarias. Eso significó todo un desafío porque al ser dos chicas con el mismo origen, con más o menos la misma edad y con un sociolecto y un idiolecto muy pegados, me planteaban la cuestión de cómo construir dos personajes que tuvieran tanto en común y que, a la vez, fueran distintos. Para mí fue un gran desafío y pensaba que no lo iba a lograr, pero en un momento de la escritura, esas dos voces comenzaron a armarse. Me refiero, sobre todo, a la de Miseria, porque la de Cometierra ya hacía tiempo que la venía trabajando.
-¿Creés que sus mundos pueden seguir expendiéndose o continuándose?
-Pienso que es posible. Creo que voy a dejar de lado a estos dos personajes cuando ya no me convoquen, cuando sienta que ya agoté un universo. Hay cosas que no terminaron de cerrarse y creo que sé por dónde podría continuar.
-Creo que ninguna de las dos novelas es realista, sino que tienen un clima onírico que las aleja del realismo, que sería una posible tentación para quien trabaja con un universo social como el de ambas novelas. ¿Esto fue consciente o se dio de manera natural?
–Creo que uno va encontrando su forma de escritura en cada novela. En su momento, Cometierra significó eso, ir encontrando mi propio método de escritura, encontrar el tono de esa novela en particular. Pero tenía clarísimo que no me quería repetir y si bien Miseria es una expansión de la primera novela, también es algo nuevo, es otra cosa, otro tono, hay contrastes, sombras, luces y oscuridades que son muy distintas y hay un personaje que es absolutamente vital, Miseria, que aporta toda la energía de una tipa muy hermosa. Yo no me dejo limitar por géneros literarios. Tampoco por realismos o no realismos. Siento que todos los géneros son una suerte de caja de herramientas que están ahí a disposición para ir tomando procedimientos y cosas que nos gustan y nos enamoran a la hora de trabajar una novela propia y que también nos gustan y enamoran como lectores. Nunca tengo una voluntad preexistente a los procesos de escritura y a los personajes. Soy muy de cerrarme a todo, pararme en el universo que estoy armando y seguir a los personajes con los cinco sentidos. A pesar de que soy militante y he escrito miles de panfletos, al escribir una novela no me interesa hacer un panfleto. Me parece que eso sería lo más peligroso que puede haber porque no sería literatura, sino, justamente, un panfleto.
-Decís que te instalás en un lugar y seguís a los personajes. ¿No es ese también el procedimiento que sigue Cometierra en sus videncias?
-Sí, creo que sí. Cometierra, por su don, por sus visiones, está muy en conexión con el mundo de los muertos. Es una carga muy fuerte para ella que es una piba muy joven, una muchachita que apenas está entrando en la adultez, repercute sobre su personalidad. Es mucho más cerrada y reflexiva al salir a la calle, por ejemplo, que Miseria. Cuando ella se decide a salir, Miseria ya tiene una docena de amigos nuevos.
-¿Cómo encontraste el personaje de Cometierra, recordás cómo se te ocurrió?
-Surgió en el marco de una clínica o taller de experimentación literaria que hice en su momento con Selva Almada y, en otro momento, con Selva Almada y Julián López. Pero creo que surgió cuando hice el taller coordinado por Selva Almada. Nos reuníamos, leíamos textos, buscábamos tonos, buscábamos un proyecto propio y nos escuchábamos mucho entre nosotros. Ahí tenía un amigo que es Marcelo Carnero que es, antes que nada, poeta, pero que escribió dos novelas maravillosas que publicó Mar Dulce. En la época del taller él llevaba textos que, si bien eran ficciones, eran muy poéticos. Recuerdo que una vez yo lo estaba escuchando con los ojos cerrados y el termina un texto diciendo “tierra de cementerio”. Cuando escuché eso vi una nena de siete u ocho años como en el principio de lo que luego fue la novela Cometierra. Era flaquita y con el pelo llovido, con la piel del color de la tierra. Estaba sentada, precisamente, sobre la tierra de un cementerio y lo que hacía era extender la mano, agarrar puñados de tierra y llevárselos a la boca. En ese momento no dije nada, pero dejé de lado el texto que venía trabajando e intenté armar por escrito esa escena tan shockeante para llevarla al taller la semana siguiente.
-Y lo lograste.
-Sí, recuerdo que eso gustó mucho. Ahí nació Cometierra. Luego, fue pensar qué le pasaba a ella al comer tierra que estaba en contacto con cuerpos en el cementerio. Así surgió la idea de que algunas historias de la gente que estaba enterradas pasaron a la tierra de la misma forma que la carne, que la sangre, que los restos corporales. En esa tierra había algo del alma, algo de la historia y algo de la experiencia vital. Lo que hace Cometierra al tragar es llevarse todo eso al interior de su cuerpo. Si cierra los ojos, puede ver esas imágenes y también las puede contar a las otras personas. Al principio narraba a través de dibujos porque era muy chiquita y luego comienzo a contar con palabras el contenido de esas visiones.
–No quiero sugerir que haya algo esotérico en eso, pero…
-Yo no tengo ningún problema con las cuestiones esotéricas ni mucho menos. En los acápites de Miseria hay dos citas, una de Yeats y otra de Hölderlin que tienen una relación muy fuerte con la magia. No tengo ningún problema con esa lectura, para nada.
–¿Existe para vos un mundo mágico o inexplicable?
–Yo diría que en el mundo hay magia, hay manifestaciones que vienen del orden, no sé, del universo. Creo que, a la vez, hay intérpretes de eso, aunque en la actualidad es difícil distinguir al intérprete del chanta. Que en el mundo hay intérpretes de ciertas manifestaciones no lo estoy diciendo yo. Venimos de una cultura grecorromana y en Roma los intérpretes eran figuras centrales del Estado. Los augures interpretaban el vuelo de las aves y de eso dependía el hecho de ir a una guerra o no, es decir que se escuchaba la palabra del augur en cuestiones absolutamente centrales. En Grecia sucedía lo mismo. Luego, con cierto cristianismo se penalizó muchísimo todo esto, se persiguió la brujería y se quemaron mujeres a mansalva. Estas manifestaciones se negaron en nombre de la herejía o del paganismo. Hubo ritos que se penaron con la muerte. Pero yo no los niego para nada. Además, entre las creencias se establece una jerarquía increíble. Hay un discurso en el que una mujer, la virgen María, engendra, mágica o santamente, tiene un hijo y sigue siendo virgen. Ese es incluso nuestro discurso de Estado porque aquí el presidente tiene que ser católico y la educación es, básicamente, católica. ¿Qué le da jerarquía a estos discursos en detrimento de otros? Es sólo una cuestión de poder. Pero nos transmitieron que eso es la verdad, cuando en realidad tiene la misma carga de argumentos fantásticos que la ficción o que otros ritos y otras creencias. Yo creo en las manifestaciones, en la astrología, pero sin entrar en ese terreno para discutir quién es el que realmente sabe, si llevamos esto al mundo de la literatura, también se dan momentos de manifestaciones que han sido abordadas por muchísimas escritoras mujeres. Un ejemplo es Libertad Demitrópulos en Río de las congojas, una novela en la que la magia tiene un lugar central. pienso también en Marvel Moreno y su Madame Ivonne e incluso en Clarice Lispector cuando escribe La pasión según G.H. Allí hay un viaje en el lugar que es absolutamente místico, el del personaje que va comer el interior de una cucaracha que sale de un armario y va a ir al sustrato oscuro y originario de las vidas y va a emerger de allí con el lenguaje transformado, destrozado.
–También en Olga Orozco está muy presente lo esotérico
-Sí, yo no la tenía tan leída, pero cuando salió Cometierra me regalaron sus libros porque distintas lectoras me dijeron que algo de ese esoterismo de ella estaba muy presente en mi novela. Es una de esas escritoras de las que leo un poema y me dan ganas de seguir escribiendo. Tengo un pensamiento dinámico y fecundo, lleno de imágenes y experiencias, de cosas que se arman en la lectura y que son como chispazos, impulsos para continuar escribiendo.
La narración es viaje
-Alguna vez Ricardo Piglia hizo una pregunta retórica: “¿Qué se puede narrar sino un viaje?” La recordé leyéndote porque Miseria está llena de viajes. Uno es el viaje desde el Conurbano al otro lado de la General Paz. Pero también hay muchos pequeños itinerarios a pie.
-Sí, absolutamente. Creo que es porque los personajes van por primera vez a la ciudad y entonces encuentran allí cosas que los estimulan, los maravillan y que también los asustan muchísimo.
Además, Cometierra recorre siempre el mundo con una mirada muy atenta, muy escrutadora. Es así cómo se encuentra con esos murales hechos en fotocopias o con cartelitos pegados en las paradas de colectivos o en los postes de luz de chicas que desaparecieron y que parece que la están mirando. Va conociendo la ciudad y va conociendo también lo que tiene en común con su barrio, pero aquí las desapariciones de chicas a causa de la violencia machista están absolutamente amplificadas.
–Luego hay como un regreso a Ítaca, porque de la ciudad vuelve al Conurbano, que es como volver al origen.
-Sí, hay algo ahí que es central: ella no quiere volver, pero, en cierto sentido, la obligan a regresar y a hacerse cargo de lo que dejó pendiente. Ella se reencuentra con su don y sus sueños le marcan que hay algo que dejó sin terminar. Además, en la ciudad se encuentra con una bruja mucho más poderosa que ella que le va a marcar el terreno. Entonces, para su propia supervivencia tiene que poner paños fríos y alejarse. Ella es una vidente muy incipiente y, en un punto, también muy frágil.
Desapariciones en democracia
–Cometierra busca chicas desaparecidas por la violencia machista. Pero en nuestro país la palabra “desaparecido” tiene también otras connotaciones, a las que inevitablemente remite la lectura de tu novela.
-Sí, por supuesto. Yo nací en el ’78 y crecí viendo organizaciones de mujeres que buscaban a sus hijos en la tierra. Y aquí no hay ninguna metáfora. Buscaban un resto óseo, un pedacito de algo, una mínima certeza material de la historia del final de sus hijos, de su marido, de cualquier otro ser querido. Luego vino la democracia, pero, lamentablemente, tenemos que seguir buscando. La violencia machista genera una mujer muerta cada 24 horas y se repite lo que pasaba en la dictadura: no alcanza con matar al otro, hay que robar su cuerpo, descartarlo en la basura, impedir que se pueda hacer un duelo. Esto es lo que pasa con muchísimas chicas asesinadas. El mismo problema de Antígona de no poder enterrar a los muertos queridos, se repite en democracia a través de la violencia machista. Si no enterramos a nuestros muertos, no podemos hacer el duelo. ¿Qué hacemos entonces?