La artista plástica María Giuffra, cuyo padre es una de las 30 mil personas desaparecidas, creó una historieta titulada La niña comunista y el niño guerrillero en donde cuenta la historia de su niñez y las de otros nueve chicos cuyas familias fueron asesinadas o secuestradas por la dictadura.
En sus páginas Giuffra combina con precisión esos textos donde el respeto por la oralidad le saca filo al espanto, con un conjunto de imágenes que trabajan sobre diversas estéticas. Estás van de las líneas plenas, típicas de la historieta pop, hasta viñetas expresionistas en las que el blanco y negro se convierte en el vehículo ideal para crear atmosferas que reproducen el horror. El proyecto fue posible gracias al programa de Becas Creación del Fondo Nacional de las Artes y Giuffra se encuentra en estos momentos abocada a obtener el apoyo de una casa editorial que permita su edición.
“La primera vez que se me apareció el proyecto fue hace ocho años, mientras participaba de un seminario de obra con Yuyo Noé, al que había llevado una serie cuadros en los que estaba trabajando, que se llamaba Los niños del Proceso”, cuenta la artista. “Eran cuadros que yo exponía siempre juntos y cuando Yuyo los vio dijo que para él en ese conjunto había una historieta. Esa fue como la idea llegó a mi cabeza”, continúa. “De esa serie tomé un cuadro, titulado La niña comunista, que le dio nombre al proyecto. Pensé que su lógica iba a ser la de contar no solo mi historia, sino la de otros compañeros y compañeras. En ese momento hice unos cuantos bocetos en los que trabajé bastante, pero nada de eso me gustó”, revela Giuffra.
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-¿Cuándo fue que la idea se convirtió en proyecto?
-Cuando me llegó la convocatoria del Fondo. Con su ayuda yo había hecho un documental sobre el asesinato de mi padre y se ve que les quedó mi contacto. Recibí la convocatoria y fue un impulso: pensé que tenía que presentar la historieta. Pero por nada en particular. Simplemente tenía esa idea desde hace años y pensé que si no había podido hacerlo sola, capaz con ayuda de una beca iba a ser posible. Por eso las becas son tan importantes, porque no creo que hubiera podido arrancar este trabajo sin ella.
-¿A qué te referís?
-Al impulso que representa que alguien además de uno crea en tu proyecto. Pasé por momentos en los que estaba convencida de la importancia de este trabajo y otros en los que miraba los bocetos y me preguntaba “¿qué es esto?” Pero cuando me dijeron “Acá está la beca” estuve obligada a presentar y cumplir con un plan de trabajo. Propuse trabajar sobre diez historias incluida la mía, pensando en que el conjunto fuera lo más federal posible. Busqué historias que no fueran sólo de Buenos Aires. Fui a Tucumán y conocí la historia de Rolando González Medina; estuve en Paraná donde entrevisté a Gastón Mena y a Daniela Gómez y después en Santa Fe para hablar con Valeria Silva. Los demás son de Buenos Aires, salvo Alba Camargo qué es de Córdoba y Alejandra Santucho que es de Bahía Blanca, pero viven acá.
-¿Y cómo las seleccionaste?
-La primera qué elegí fue la de Karina Manfil. La suya es una de las más terribles, porque le mataron a su hermanito delante de ella. Sentí que tenía que estar y es la encargada de abrir el libro. Hablando con ella me contó la historia de Alejandra Santucho, a quien no conocía. Del resto conocía algunas y sabía que tenían que estar, y había otras de las que no conocía nada. Incluso hubo personas a las que conocía hace mucho pero de quiénes no sabía sus historias personales.
-No hay nietos recuperados entre esas historias.
-Es que los nietos tuvieron una infancia “normal”, desconocían lo que había pasado con sus verdaderas familias. Yo quería contar lo que es ser niño y saber que sos hijo de guerrilleros, qué sos perseguido, saber que te van a matar, que mataron a tus hermanos. Me interesaba abordar eso. Los nietos tienen un montón de cosas para contar, pero tienen que hacerlo con su propia voz. Yo no puedo ponerme en su lugar.
-¿Qué vínculo tenés con otras obras que trabajan sobre historias de hijos? Películas como Infancia clandestina o las de Albertina Carri.
-Las de Albertina no las vi. Infancia clandestina me gustó. Lo conozco a Benjamín Ávila, me parece un tipazo y su película es muy sensible. Para mí lo mejor que se hizo sobre nuestras historias es la novela Los topos, de Félix Bruzzone. Creo que es un trabajo increíble. También leí El mar y la serpiente de Paula Bombara, que me encantó, y La casa de los conejos de Laura Alcoba.
-¿Conocer la experiencia de otros artistas que pasaron por experiencias similares te sirvió para ir encontrando tu propia voz?
-No lo sé. Sí sé que al terminar de leer Los topos pensé “este tipo está loco” y me di cuenta que a mí también me interesa ir por ahí. Por el lado de la locura y lo impredecible. No con el estilo de Félix, claro, pero me gustaría salir de ese lugar de “pobrecitos los hijos”, pero también de “estos subversivos del orto”. Me interesa apartarme de esos dos lugares.
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-¿Y cuáles son las premisas estéticas sobre las que organizaste el trabajo?
-Siempre supe que quería trabajar en blanco y negro, porque hacerlo en color hubiera excedido el tiempo de la beca y además eleva mucho los costos de impresión. Algo que surgió una vez que estaba trabajando fue la posibilidad de incorporar homenajes a otros artistas en algunas composiciones. Así me permití utilizar personajes de cuadros como Sin pan y sin trabajo de Ernesto de la Cárcova o los comedores de polenta de La boda campesina, de Brueghel el viejo.
-Algo así como citas plásticas, un recurso que de algún modo acerca tu trabajo a un linaje de la plástica vinculado al comentario social.
-Casi literarias, diría, porque alguno de los relatos empezaron a traerme esas imágenes. Por ejemplo, cuando Valeria Silva me cuenta el fusilamiento de su madre en un barrio de Santa Fe, recuerda que esa noche cortaron la luz e iluminaron la casa con reflectores. Y cuando la madre salió con las manos en alto la fusilaron. Eso me recordó los fusilamientos de Goya, dónde lo único iluminado es el hombre que se está rindiendo.
-En el prólogo del libro contás que trataste de intervenir lo menos posible sobre la voz de tus compañeros.
-Respete 100% el relato oral que ellos hicieron. Sólo agregué comas para marcar el ritmo de la respiración. Los respete aún cuando a veces hay cosas que por ahí no se entienden demasiado bien. Por eso use mi propia historia para conectar y explicar los contextos de las otras historias, que yo conozco pero el lector no, para que cuando llegue a ellas tenga la información necesaria para entender.
-¿Qué efecto buscaste producir en el lector con eso?
-Creo que los textos así, en bruto, son una bomba. Quise que al lector le pasará lo mismo que me pasó a mí cuando me senté cara a cara a escuchar a cada uno. Que el relato le resulte una puñalada, que no pueda zafar de eso.
-¿Qué reacción imaginás que puede causar el libro cuando se publique?
-No tengo ni idea. Mi único antecedente es cuando expuse mis cuadros y al principio tenía un poco de miedo, porque exponía historias de mis compañeros y estaba hablando de temas que quieras o no siguen siendo tabú.
-¿Cómo cuáles?
-La lucha armada, el hecho de ser hijo de guerrilleros. Hay ambientes en los que está todo bien, pero no puedo entrar a cualquier lado y decir que soy hija de dos montoneros. No es algo que haga que te miren bien. Y esa mirada del otro, la que dice “montonero-guerrillero-terrorista”, me parece que tiene que ver con cierta ignorancia.
-¿Pensás que será liberador exponer así tu historia?
-No estoy tan convencida de que ésta sea solo “mí historia”. Creo que lo más importante que tiene esta historieta es que no se trata nada más de lo que nos pasó a nosotros, sino que esta es la historia de nuestro país. Esa es mi intención: interpelar al que lee para que se haga cargo de que las consecuencias de todo esto son más sociales que personales. Porque en última instancia me parece que los que tenemos este tema más resuelto somos los hijos de desaparecidos y que es el resto de la sociedad la que todavía no lo resolvió.
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