El rock ha muerto, ha dejado el edificio. Se fue de gira. El rock en la actualidad es apenas una sombra de aquella máquina de generar revoluciones por minuto. Aunque las bandas todavía llenan estadios, los festivales continúan multiplicando sus grillas con los nombres de grupos siempre nuevos y sus estrellas mantienen el dorado estatus celestial, la realidad es que los nombres siguen siendo los mismos. O menos, porque los rockeros comparten con el resto de la humanidad esa mala costumbre de morir. ¿Alguien recuerda cuál fue el último artista del rock en ser conocido hasta por las abuelas y que además haya conseguido mantener ese estatus por más de un disco, a lo sumo dos? No, esas cosas ya no pasan: parece que el de las estrellas de rock dejó de ser un recurso renovable.
Algo de esa idea parece confirmarse en el libro Cómo entrevistar a una estrella de rock y no morir en el intento, recopilación de algunos de los trabajos que el periodista Fernando García publicó cuando trabajaba para Clarín, donde durante muchos años fue redactor y luego editor del Sí!, el extinto suplemento joven del diario. Como si se tratara de un santoral, en sus páginas se acumulan 16 entrevistas a grandes figuras del rock, casi todos ellos verdaderos íconos en todo el mundo, cuya sola invocación alcanza para traer a la memoria un contexto histórico determinado, una corriente estética muy específica y hasta un momento exacto de la propia vida.
John Lydon, Neil Young, Phil Collins, Kiss, los hermanos Gibb, Noel Gallagher, Jon Bon Jovi, Ozzy, Malcom McLaren, Dee Dee Ramone, Bono, Damon Albarn, Regina Spektor, Lou Reed, David Bowie y sir Paul McCartney: ninguno tiene menos de 47 años e incluso seis de ellos ya han muerto. Como el rock. Un promedio de edad a años luz de la idea de rock como forma de expresión juvenil, del que apenas escapa solo uno de los artistas entrevistados: la Spektor (36 años). Curiosamente es la única mujer del libro y a quien resulta más dificultoso incluir dentro del rock de forma plena. Todos son parte de esa realeza decadente a la que todavía se le rinde pleitesía.
Claro que para que eso ocurra es necesario que el lector tenga, digamos, más de 35 años. Porque para los más jóvenes (los millennials no escuchan rock sino como la música de sus padres), el de García puede parecerse a un libro de historia. Eso sí, uno maravillosamente escrito, en el que aquellas entrevistas, ahora liberadas de las limitaciones de espacio que originalmente les impuso el formato rígido de las páginas del diario, alcanzan una segunda vida mucho más plena. Una donde el autor se da el lujo de revelar detalles personales que hacen al clima de la charla, de poner en contexto. De narrar, olvidándose de la entrevista para escribir una novela protagonizada por 16 artistas de rock y un periodista.
Como una declaración de principios, García comienza su propia versión de la historia con la entrevista que le realizó a John Lydon, ex Sex Pistol, ex Johnny Rotten, que en 1992 visitaba por primera vez la Argentina con su banda PIL y a quien solo pudo acceder haciéndose pasar por un fan de la banda. Porque un periodista hace cualquier cosa por una buena nota. ¿O será que un periodista nunca deja de ser un fan? Es posible: en muchas de estas crónicas se trasluce la mirada deslumbrada del fiel que lucha contra su propio credo para poder hacer bien su trabajo. Y si de hacer cualquier cosa por cumplirlo se trata, ahí está el relato de la persecución suicida para alcanzar a Paul McCartney en la autopista, durante su primera visita al país en 1993. O el relato de supervivencia que significa entrevistar a una persona que no entrega más que diez palabras por respuesta, como le ocurrió con el guitarrista de Oasis, Noel Gallagher. En Cómo entrevistar a una estrella de rock y no morir en el intento, García ofrece unas cuantas lecciones dignas de un manual de periodismo. Y, quizá sin querer, le firma el certificado de defunción al rock. ¡Dios salve al rock! «