“Creo que no te quiero, / que solamente quiero la imposibilidad / tan obvia de quererte / como la mano izquierda /enamorada de ese guante /que vive en la derecha” dice un fragmento de uno de los poemas que Julio Cortázar le escribió a Cristina Peri Rossi. Los poemas fueron en realidad 15: Cinco poemas para Cris
Otros cinco poemas para Cris y Cinco últimos poemas para Cris.
Diciéndole “no te quiero”, Cortázar parece, por el contrario, proclamar su amor marcado por “la imposibilidad tan obvia de quererte”. Esta imposibilidad no fue otra que la preferencia sexual de la escritora uruguaya que no contemplaba a los hombres. La mujer que hoy tiene 79 años asumió su lesbianismo en un momento histórico en que existía una suerte de sexualidad “oficial” fuera de la cual toda elección caía en el campo del desvío. Sin embargo, ante la pegunta de si le parecía útil la etiqueta “literatura lésbica” realizada por Aina Pérez Fondevila en una entrevista, contestó: “De ninguna manera, ni siquiera políticamente. Yo me he asumido como lesbiana desde muy joven por autenticidad. Aunque reconozco que soy, como todo el mundo, bisexual, me asumo lesbiana políticamente. Dicho eso, yo hablaría de una literatura que a veces trata este tema, como puede tratar otro, pero jamás de un género.”
Más allá de las preferencias sexuales, tal como lo demuestra la relación entre Cortázar y Peri Rossi, parece posible una suerte de amistad amorosa no exenta de erotismo que no se consuma en lo sexual sino en lo intelectual, en la sintonía de sensibilidades, en la coincidencia de identidades. Las ideas y preferencias literarias pueden ser también una forma de lo erótico. Cortázar parece intentar explicarse la forma particular de esta relación poco frecuente en uno de los poemas dedicados a Cris: «A veces creo que podríamos /conciliar los contrarios /hallar la centritud inmóvil de la rueda / salir de lo binario /
ser el vertiginoso espejo que concentra / en un vértice último / esta ceremoniosa danza que dedico / a tu presente ausencia. /Recuerdo a Saint-Exupéry: “El amor /no es mirar lo que se ama /sino mirar los dos en una misma dirección”. / Pero él no sospechó que tantas veces / los dos mirábamos fascinados a una misma mujer /y que la espléndida, feliz definición / se viene al suelo como un gris pelele”.
En 2014, la reciente ganadora del Premio Cervantes publicó Julio Cortázar y Cris, un libro en el que relata su relación con Cortázar, las complicidades que los unían, el humor y la solidez del vínculo entre ambos. Ella nació en 1941. Cortázar, en 1914. Los dos últimos números de cada fecha son idénticos, pero están invertidos, como si ellos reflejaran metafóricamente una coincidencia que está destinada a no ser completa.
Una foto de 1973 los muestras sentados uno al lado del otro mirando a cámara, rodeados de libros en la casa parisina de Cortázar en Rue Léperon. Sin conocer el contexto ni la historia de ambos personajes, cualquiera podría tomarlos como una pareja a la que solo separa una amplia diferencia de edad.
«No fui al entierro de Julio Cortázar. No estoy en la foto», comienza diciendo el libro, como si la autora quisiera devolvernos al Cortázar que celebró la vida y no a aquél que murió luego de regresar de su país donde la democracia recién restaurada quizá lo ilusionó con un reconocimiento oficial que no se produjo, por lo que regresó a París como si con su exilio autoimpuesto solo se hubiera adelantado al que seguramente le hubiera impuesto más tarde la dictadura.” Aunque en el momento más negro de la historia argentina, estuvo a kilómetros de la tierra en el que creció, en un uno de los poemas dedicado a Cris, expresa su deseo imposible de llevarla a pasear por su país sin que le pidan documentos.
“Cuando pienso –dice Peri Rossi- que han pasado treinta años, no me lo puedo creer. Ya sabemos que el tiempo es algo muy subjetivo. Cuando ya estaba enfermo solía decir que él era inmortal. No en el sentido figurado de la fama y todo eso, sino en el de una persona que nunca se va y eso es lo que me pasa con él, que es como si no se hubiera ido».
La relación entre ambos transcurrió entre París y en Barcelona y la distancia entre una ciudad y otra fue salvada por cartas, de esas escritas en papel tangible y que hoy son una especie en extinción. Se sabe que Cortázar fue un escritor prolífico de cartas como lo atestigua su enorme epistolario publicado, aunque según su amiga, él consideró que las cartas pertenecían al ámbito privado y no al público y, por lo tanto, no debían salir a la luz luego de ser leídas por el destinatario.
Peri Rossi tuvo en cuenta este criterio de Cortázar aunque hubiera sido su deseo publicar dos o tres para mostrar su estilo y porque esa letra viajera fue uno de los pilares donde se apoyó su relación. Pero mientras Aurora Bernárdez, su primera mujer y su albacea, estuvo viva, esta publicación no fue posible. Luego de la muerte de Aurora le ofrecieron su publicación, pero en ese momento la muerte de Cortázar era reciente y lo consideró una actitud irrespetuosa.
Aunque él hubiera deseado una relación amorosa plena, ella dejó en claro desde un principio su orientación sexual. “(El sexo) no siempre es indispensable –afirmó- . El amor puede tener muchas maneras.”
La intensa relación que mantuvo con Cortázar demostró que es así. Y aunque es posible que esta restricción le impusiera a Julio un cierto sufrimiento, también es probable que haya tenido tendido razón al decir que quizá tan solo amaba la imposibilidad tan obvia de quererla como la mano izquierda enamorada de ese guante que vive en la derecha. Si el amor puede tener muchas maneras, quizá la imposibilidad sea una de ellas.
De hecho, entre otras cosas, de ese amor nacieron 15 poemas que, según Peri Rossi figuran entre los mejores de Cortázar. Y no es poco, ya que si bien suele considerárselo un gran cuentista y un menos brillante novelista a pesar del suceso Rayuela, que a muchos les parece hoy una novela envejecida (el star system literario, se sabe, es cambiante y arbitrario), su poesía ha sido evaluada siempre como la parte más endeble de su obra.
Quizá, después de todo, sea posible que en la “negra espalda del tiempo” (Javier Marías dixit tomándolo de Shakespeare) exista todo lo que no fue, que en ese pliegue oculto del devenir la mano izquierda consume su amor por el guante de la derecha.