“Escritor: persona que escribe”, así, con esta verdad de Perogrullo, define el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española a quien publica cuentos, novelas o ensayos. Iosi Havilio responde sobradamente a la definición. En efecto, es autor de diversas novelas entre las que se cuentan Opendoor, Estocolmo y la más reciente, Buuuh, publicada por Entropía y que a modo de presentación generará lecturas, intervenciones y música el próximo 6 de diciembre a las 19 en Rodney Bar.
Pero si bien Havilio responde a la definición del diccionario, la excede. Como escritor, obviamente, escribe libros, pero luego hace otra cosa con ellos: los interviene, utiliza sus páginas sueltas como soporte de otros grafismos, los reversiona, los traduce a un lenguaje visual, los convierte en algo totalmente distinto.
¿Sigue siendo escritor cuando convierte sus obras publicadas en otra cosa o se transforma en artista visual? ¿Es las dos cosas a la vez o el hecho de que su materia prima sean sus propios libros no cuenta a la hora de ponerle una etiqueta a su trabajo plástico? La filosofía nos enseña que es bueno plantearse preguntas, sobre todo si son difíciles o imposibles de contestar. Lo que sí es posible y productivo es el ejercicio de la duda. Visitar la muestra de Havilio que se expone en el Centro Cultural Borges puede ser una forma de entender que las certezas no siempre son un buen terreno para estimular el pensamiento. Se trata de Sobre el arte de la novela y se enmarca en el proyecto de Luis Felipe Noé y Eduardo Stupía La línea piensa. Es cierto que el nombre de la muestra no contribuye a encasillar cada cosa en su lugar, pero quizá ése sea el objetivo de Havilio, derrumbar los muros de las clasificaciones para entrar en el incómodo pero apasionante terreno de lo inclasificable. “Una novela –dice en el texto que acompaña la muestra- leí por ahí, debe ser al mismo tiempo algo memorable, entretenido y novedoso. Que se recuerda. Que divierte. Que se muestra distinta y nueva cada vez. ¿Algo así, no? De tanto escribir, mirar, anotar, garabatear y dibujar, de tanto decir y de escuchar, de ciertas leyes absurdas y de una larga, larga, larguísima, vieja y joven frustración, surge esta aventura. Una serie de intervenciones/destrucciones/renacimientos de libros-novelas que publiqué aquí y allá, junto a editoriales medianas, chicas y grandes, en la última quincena de años. Haciendo y deshaciendo, jugando y destrozando, y un poco preguntándome sobre el origen de las cosas, sobre el sentido de las cosas, sobre lo que las cosas pueden ser más allá de lo que en apariencia son.”
Su pasión por atravesar fronteras, viene de lejos. “La música es mi formación esencial, maternal –le dice a Tiempo Argentino-. En la veintena fui entrando en la literatura apasionada y consecuentemente. El origen de esta aventura plástica tiene mucho que ver con las clases de escritura que dicto en la Universidad Nacional de las Artes y en talleres individuales vinculando muchas veces escritura y música. La vedette es la escritura, pero en mi tarea necesariamente aparecen otros lenguajes como en cualquier conversación con un universo. Siempre animo a quienes siguen mis clases a que busquen otras escrituras dentro de la escritura que tienen que ver con el dibujo, con las líneas de tiempo, con el garabato, con la escritura a mano. Hace unos años, de tanto animar a los otros comencé a animarme a mí mismo. Me pregunté: “¿y por casa cómo andamos?” y en pandemia me puse a jugar con carbonillas haciendo escrituras asémicas, sin saber que se llamaban así, esas escrituras sin semántica que después descubrí en trabajos de Demisache, de Ferrari y de otros. Luego estuve yendo al taller de Liliana Blanco, que es una artista que admiro mucho, y allí comenzaron estas prácticas que comenzaron a robarle tiempo a la escritura narrativa e, incluso, a desplazarla”.
Pero hubo un hecho preciso que podría tomarse como un punto de inflexión en el camino hacia la escritura asémica. «El año pasado –cuenta Havilio-, luego de muchos años de problemas con el envío, me llegó la traducción al hebreo de un libro mío, Pequeña flor. Me hubiera gustado que lo viera mi padre, pero no pudo ser porque falleció antes. Entonces, en una especie de acto psicomágico comencé a deshojarlo y así descubrí que el libro mismo era un soporte increíble para armar un dibujo, es decir, una escritura después de la escritura, una novela después de la novela. Así nació esta aventura”.
Habitualmente, por falta de espacio en sus depósitos, las editoriales se deshacen de los libros que no se han vendido en un determinado lapso Reciclador involuntario, ecologista artístico inconsciente, Havilio aprovechó la ocasión para que esos libros que iban a ser desechados se convirtieran en la materia prima de su trabajo. Es así como continúa escribiendo luego de haber escrito y publicado. El punto final de la última página de un libro suyo es para él sólo un provocativo lunar caligráfico que lo incita a seguir escribiendo de otra manera.
Sobre el arte de la novela puede verse en el Centro Cultural Borges hasta del 18 de febrero de miércoles a domingos de 14 a 20. Entrada libre y gratuita.