Carlos Skliar: «Escribí guiado sólo por la libertad del asombro»

Por: Mónica López Ocón

Acaba de publicar Escribir, tan solos, un libro de ensayos breves en el que pone en segundo plano al académico para darle protagonismo al poeta. Sin tomar en cuenta filiaciones y géneros, une autores y obras para conformar una biblioteca de la soledad.

¿Qué relación existe entre Cortázar, Bolaño y Pamuk? ¿Qué vínculo une a Coetzee y Nooteboom? No se trata de una adivinanza literaria, sino del descubrimiento de una insospechada hermandad que Carlos Skliar explica en el prólogo de su libro Escribir, tan solos (Mármara): «La idea de reunir en capítulos a autores y obras en apariencia distantes en cuanto a su filiación literaria, delimitación de géneros y/o diferencias de época, es osada e irresponsable, y obedece pura y exclusivamente a una intuición de parentesco de ciertas imágenes de la soledad que se desprenden de su escritura y, quizá, de mi escritura. Los he reunido por ese impreciso motivo para sugerir una suerte de biblioteca de la soledad. Y también, quizá, para no dejarlos a solas».

Pero la soledad no es una esencia, sino un destello evanescente que sólo se puede asediar sin llegar a capturarlo nunca. Escribir, tan solos es el mapa de ese asedio.

–¿Escribir, tan solos puede definirse como un ensayo lírico o un rodeo lírico a la inasible noción de soledad?

–La pregunta me resulta consoladora porque por momentos tengo la impresión de que el mal poeta mató al ensayista que llevo adentro o que quise ser para este libro. Finalmente termino muy identificado con una forma de escribir que es una poética de la soledad. El tono tiene que ver con la atmósfera en que fue escrito.

¿Una atmósfera de soledad?

–Sí, una atmósfera de soledad y también un contagio de algunos personajes y autores que me narraban al oído de una manera no ensayística, no conceptual, sino más bien poética. Fue así que no busqué, pero sí me encontré al final con un tono lírico que puede ser una forma relativamente novedosa de plantear un tema que es una encrucijada o un laberinto. Un tema que no puede ser tomado conceptualmente a riesgo de caer en la telaraña de la psicología o de cierta filosofía banal. Ese fue el tono, y contra el tono uno no puede hacer demasiado

¿El tono se impone?

–Sí, se impone y se impuso esta vez porque por dos años hice el ejercicio cotidiano de tomar de mi biblioteca autores en los que yo recordaba haber leído un pasaje de un escritor o un personaje en una imagen de soledad. Y reaccionaba con mi lenguaje a eso escribiendo casi al mismo tiempo que leía o muy poco después de leer. Por eso tal vez haya ahí una escritura de un lector.

–¿Y esa escritura de lector es diferente de una escritura de escritor?

–Creo que es diferente de una escritura en sentido estricto. El escritor aísla su lenguaje de las múltiples influencias, de lo que ha leído, de las cosas que lo rodean. En mi caso, y para este libro en particular, hubo una reacción perceptiva a la soledad: dejé que me conmoviera, la padecí y me alegré también por la virtud de poder estar solo en ciertos momentos frente al barullo. Y digo barullo también en un sentido literal, refiriéndome al de la 9 de Julio, que está cerca del lugar en que escribo. No sé si soy capaz de sostener esta actitud porque cada cuestión exige una reacción distinta del lenguaje.

Vos escribiste sobre cuestiones diversas en distintos géneros.

–Sí, poesía, microrelatos, fragmentos, ensayo más duro, por lo que creo que hay cuestiones que merecen la búsqueda de un lenguaje específico y para la soledad encontré un lenguaje particular.

¿Y el libro te lo propusiste o lo encontraste?

–Claramente, lo encontré. Esa es también mi experiencia en libros anteriores. Yo no salgo a encontrar la obra, pero como escribo y reescribo muy cotidianamente, veo cómo hay fragmentos que se van juntando y componiendo algo que luego se verá qué es. En este caso particular sucedió que durante un tiempo, sobre todo cuando viví en Barcelona, me animé a hacer pequeñas reseñas para revistas literarias. En esas reseñas empecé a encontrar un hilo, una obsesión o una repetición que consistía en ver siempre un personaje solitario. Comencé así a interesarme por la condición de la soledad de sus autores. Todos los libros eran ejemplos de solitarios que componían el gran rompecabezas de la soledad universal o contemporánea. Los pequeños ensayos sobre libros específicos luego se fueron hilvanando al encontrar repeticiones de imágenes de soledad entre autores muy disímiles que ningún académico reuniría.

En este sentido tu libro me hizo recordar a la enciclopedia china de Borges porque muestra el carácter arbitrario de todo orden.

–(Risas) Bueno, gracias. En mi libro sólo hay un punto de partida escrito al final y un punto de llegada escrito al principio. En el medio está el desorden y cualquier persona puede entrar por donde quiere. Algunos entran por sus autores más conocidos, otros, por los desconocidos. Eso no lo pensé tanto, sólo pensé cómo rodearlo, pero el material es infinito. Creo que ahí puede estar ese carácter de la enciclopedia china o de El libro de arena mismo porque hay una infinitud que consiste en que cualquier libro medianamente bien escrito de un escritor al que medianamente se lo pueda leer a lo largo del tiempo, encontrará que los caracteres principales serán solitarios y encontrará la soledad del escritor. Pensado o encontrado eso, todo queda infinitamente distribuido de una manera muy arbitraria.

–Pero todas las maneras son arbitrarias.

–Estoy de acuerdo hasta tal punto que pienso que lo artificial es lo que nos toca como investigadores del Conicet, como académicos. A mí me causa mucha desolación saber de antemano todo lo que diré, cómo lo diré y en cuántas páginas y en cuánto tiempo lo diré. Me produce desolación porque eso implica que el asombro hay que retirarlo y cualquier disciplina humana y, sobre todo, la filosofía, parte del principio del asombro que la academia está retirando. ¿Dónde está el asombro? Para mí era el permanente hallazgo de similitudes entre escritores que no comparten ninguna escuela literaria, ningún género común, ninguna filiación de tiempo y espacio. Por lo tanto, el principio que me guió fue la libertad del asombro que es, a la vez, algo muy desorientador, porque no se puede estar como un niño todo el tiempo escribiendo pero –y aquí volvemos a la lírica– tal vez haya algo de ese asombro infantil producido por esa lírica.

En la escritura es muy notable cuándo el texto es producto de un salto al vacío y cuándo está muy pautado de antemano.

–Por suerte, hay una escritura que permanece, que es la que no sabe qué vendrá, no sabe cómo continuará, que está guiada a veces por musicalidades pero también por el sentido o el sinsentido de lo que se quiere escribir. No saber qué vendrá es la propia esencia de la escritura y no traté de evitarla con planes y estrategias. No tenía plazos, no tenía editorial, por lo tanto no me jugaba en eso ninguna cuestión personal, escribía lo que quería escribir. Además, yo no venía de este género o de esta atmósfera de escritura, sino de lo fragmentario, del peso del mundo y me solté de esta manera como un ejercicio casi filosófico. Hasta que puse el punto final hubo un avasallamiento del texto. Hay olvidos o zonas de este texto que han quedado como mancas. Por ejemplo, no ha habido nada de literatura oriental y la idea de una soledad japonesa, coreana o china debe ser extraordinaria. Hay un límite arbitrario que es mi propia biblioteca, la biblioteca que has leído y querés donar a los demás.

Vos les donás a los lectores una biblioteca de la soledad. Por otro lado, el texto cumple el objetivo último de la crítica que es proponer una lectura determinada de un texto.

–Ahí se ve el pedagogo que soy desde hace muchos años. Me inquieta el interés por la lectura y los modos no de convencer sino de transmitir ese interés. Esta donación de una biblioteca que hago a través de este libro para mí es un gesto pedagógico, un gesto filosófico en términos de amistad y también un gesto literario, porque la lectura es la conversación sobre la lectura. No quería las citas ni la textualidad, quería otro tipo de complicidad con el texto y por eso dejé para el final la lista de los libros que he mirado. No quise reescribir sobre lo ya escrito, sino mantener siempre mi condición de lector.

–Y hacés un listado de los libros que aluden a la soledad en su título.

–No los buscaba, sino que en un momento reparé en la cantidad de libros que incluyen en su título la palabra soledad, como si eso reforzara el fuerte vínculo que tienen históricamente literatura y soledad, escritura y soledad, lectura y soledad. Si la propia práctica de la escritura es solitaria aunque se escriba en una casa llena de voces, cómo eso no va a generar una narrativa de solitarios. Eso me llevó a vivir la soledad desde mi propia instancia. «

La rebelde soledad

«¿Desde el punto de vista conceptual, la soledad es un tema o podríamos pensar que hay múltiples percepciones y que la literatura te abre un panorama que ni la psicología ni la filosofía pueden descubrir todavía?» –se pregunta Carlos Skliar. Y agrega: «Lo que hace la literatura es tomar un término y multiplicarlo para ofrecerte decenas de variaciones, desde la soledad más padeciente a la soledad más lograda, más conquistada, más virtuosa. En ese recorrido está en el medio la historia de la literatura, por lo menos de la literatura contemporánea. Es esto lo que hubiera querido hacer, no sé si lo hice, pero diría que mi intención fue abrir un término que no es cualquiera. Es como tomar infancia, como tomar amor, como tomar dolor. Quise explorar un término, contribuir a que haya más de dos imágenes en esa falsa oposición entre la buena y la mala soledad, entre la soledad burguesa y la miserable. En una época que está contra la soledad, que la considera peligrosa, yo quise reivindicarla. Por supuesto que en el libro hay un elogio de la soledad. Lo que quise hacer es celebrarla como lo hace la literatura, lo que es un acto de rebeldía. Si esta época es definida como aceleración, innovación y comunicación, rebelarse es la lentitud, es lo anacrónico, es quedarse callado por un momento.

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