Hoy,se presenta en el Ciclo de Conciertos de Música Contemporánea del Teatro San Martín el Ensamble Nacional del Sur dirigido por Oscar Edelstein, uno de los líderes de la vanguardia musical latinoamericana. El grupo forma parte de un programa de investigación de la Universidad Nacional de Quilmes.
Eldelstein es considerado como uno de los líderes de la vanguardia musical de América Latina. Sus obras, originales y de carácter experimental, son reconocidas en los más importantes estamentos de la música contemporánea mundial.
En 1997 creó el Ensamble Nacional del Sur para funcionar como grupo de investigación, creación y producción musical independiente. Este ensamble forma parte del programa de investigación «Teatro Acústico», radicado en la Universidad Nacional de Quilmes.
Conduce al grupo con un sofisticado sistema de señas mediante el cual controla el tiempo, la intensidad, el espacio y los timbres de las obras. Su sistema de escritura combina elementos tradicionales con modelos tridimensionales especialmente creados por él. El músico concibe al ensamble Dicho ensamble está integrado por Leonardo Salzano, guitarra eléctrica; Axel Lastra, piano y teclado; Pablo Torterolo, batería, percusión; Mauro Zannoli, teclados y procesos electrónicos. Artista invitada: Deborah Claire Procter, voz. Músicos invitados: Martín Proscia, saxo; Soko Rodrigo, flauta; Luciana Roberto, nimbus.
El compositor describe a la obra que se interpretará en el ciclo como «una compleja red de tiempo-espacio y pulsos flotantes que se presenta en episodios enlazados, al modo de un extenso relato que recorre diferentes tipos de memoria musical a futuro».
En diálogo con Tiempo Argentino el músico revela detalles de su trabajo.
– ¿De qué manera surgió el Ensamble Nacional del Sur?
– Empezó como parte de un programa de investigación en las artes, denominado Teatro acústico, dentro de la Universidad de Quilmes. En cierto modo la primera formación del ensamble, que fue entrenado por mí, funcionaba como el banco de pruebas del programa en el escenario. Ese programa sigue existiendo con otro nombre, con el cual seguimos trabajando. En estos momentos estamos trabajando en una ópera con características muy especiales. En la actualidad forman parte del programa unas treinta y cinco personas con diversas especialidades: arquitectos, biólogos, físicos. En el inicio el grupo estaba integrado principalmente por músicos pero teníamos un contacto fluido con otras disciplinas.
– ¿En estas tres décadas trabajaron junto con distintas disciplinas no necesariamente vinculadas al arte?
– Es así, ya que las ideas que fuimos desarrollando en todos estos años contemplaban precisamente este tipo de trabajo interdisciplinario. En su momento fui convocado por la Universidad de Quilmes, así como también se lo hizo con otros referentes de diversas áreas, como en el caso de las de historia o sociología, para mejorar la calidad de la universidad. En esta edición del ciclo participan muchos músicos que surgieron de la universidad, como es el caso de Esteban Insinger o Facundo Negri.
– ¿Existe en nuestro país un público asiduo a este tipo de conciertos y ciclos de música de vanguardia?
– La música contemporánea tiene muchos circuitos que afortunadamente funcionan bien. De todos modos, para atraer a un nuevo público es necesario hacer un esfuerzo muy grande. En algunos momentos, medios importantes como Clarín o La Nación, promovían este tipo de actividades. Quizás lo hacían por esnobismo o por estar a tono con lo nuevo. Pero hoy en día, a pesar de que el género tiene seguidores que están atentos a todo lo que se ofrece, es necesario redoblar esfuerzos para ampliar este tipo de convocatorias.
– Tu trabajo combina de manera constante instrumentos académicos con medios electrónicos. ¿Cómo fue tu acercamiento a este tipo de sonoridades?
– Francisco Kröpfl fue uno de mis maestros y uno de los pioneros en trabajar con sonidos procesados por medios electrónicos. A principios de los 80 vivíamos el inicio de la «democratización» de las computadoras y en 1986 abrí un centro de investigación musical en la Universidad de Buenos Aires. Ese fue un hecho histórico porque ese fue el primer centro en el que se trabajó con inteligencia artificial vinculada con la música. De todos modos la clave está en los conocimientos musicales que uno posea para poder manejar estos dispositivos. Las nuevas tecnologías y los medios no te liberan de la «esclavitud» de saber de música. Lo que se ve acá, en Nueva York, en Berlín o en cualquier lugar del mundo es que si no hay una profunda reflexión sobre lo que es la historia musical lo que se consigue es una repetición sonora casi monódica.
– ¿A medida que la tecnología ofrece nuevas posibilidades se amplía el rango de conocimientos que necesita tener un músico para crear sus obras?
– Todas las nuevas tecnologías y nuevos instrumentos generaron a su vez nuevas maneras de tocar esos nuevos instrumentos. Trabajar sobre los armónicos de un piano, por ejemplo, empezó a funcionar como estética cuando surgieron los descubrimientos que tenían que ver con el mundo de la acústica. El espectralismo francés, que es una escuela que ahora tiene menos influencia, basó su trabajo prácticamente sobre esta característica. Y las nuevas tecnologías permitieron explorar este tipo de posibilidades y profundizar el estudio del sonido. Es como cuando apareció el microscopio: con su utilización cambió para siempre el concepto de la imagen.
– Comentaste antes que en los 80 se democratizó el acceso a la tecnología por medio de la computación. ¿Esto mismo comenzó a ocurrir en la creación musical de vanguardia?
– Creo que la diferencia que se percibe es que hasta hace algunos años la música contemporánea solamente pertenecía a un mundo cerrado y de élite. Es decir que era como si habláramos de la Fórmula 1. En cambio, hoy es la calle la que empieza a imponer ciertos patrones estéticos y su lógica. Y me parece que en la actualidad el acceso al conocimiento permite la aparición de nuevos creadores y nuevas búsquedas y experimentaciones con el sonido y con la música.
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