El vínculo que mantuvo el gran escritor argentino con el peronismo fue siempre tenso, pero no exento humor. En su reflejo se puede identificar una intolerancia que es propia de la sociedad argentina.
A diferencia de ese felino afortunado, Borges nunca tituló ninguno de sus textos con el nombre de Juan Domingo Perón. Lejos de eso, solía referirse a quien fue tres veces presidente de la Argentina utilizando eufemismos de todo tipo. Sus favoritos eran «Dictador», o bien, parafraseando al Quijote de Cervantes, «Ese hombre, de cuyo nombre no quiero acordarme». Un ejemplo: en el volumen de diálogos entre Borges y el escritor Fernando Sorrentino, titulado Siete conversaciones con Jorge Luis Borges, el entrevistador pregunta qué representaron para él los años del gobierno de Perón (se refería sólo a las dos primeras administraciones, porque el libro es de 1972). Borges responde: «Trataba de pensar lo menos posible en política. Sin embargo, igual que una persona que tiene dolor de muelas piensa en el dolor de muelas inmediatamente en el momento que se despierta, […] así yo pensaba todas las mañanas: ‘Ese hombre, de cuyo nombre no quiero acordarme, está en la Casa Rosada’. Y yo sentía tristeza…»
Si el desprecio exacerbado que Borges sentía por Perón (y por el peronismo) es de por sí notable, ponerlo en paralelo con el trato preferencial que recibía Beppo –nombre que, debe decirse, es una derivación pretenciosa del mucho más popular (y peronista) Pepo– lo hace aparecer todavía más rabioso. Pero también más gracioso, porque de manera paradójicamente borgeana, ayuda a darle a esa rabia un tono casi humorístico, de farsa, que tal vez sea la mejor forma, o al menos la más saludable, de ver desde el presente aquellas expresiones por lo menos desafortunadas, sino reaccionarias. Hoy se cumple treinta y cinco años de la muere del más grande de los escritores argentinos, el más admirado (que no significa necesariamente el más leído) y aunque hace rato que todos en la Argentina aprendimos a reírnos de esos berrinches del Borges «gorila», tal vez también vaya siendo hora de aprender algo de ellos.
Y tal vez reírse con ellos es la mejor forma de empezar a resignificarlos. Porque así como resulta interesante y divertido enfrentar el amor de Borges por su gato al odio que sentía por Perón, el ejercicio de trasladar al presente otros de sus exabruptos tal vez no revista gracia alguna. Por eso no vale la pena demorarse en ejercicios y transposiciones de ese tipo, que pueden resultar tan ponzoñosas como las expresiones originales, cuando, aun sin compartir su punto de vista, sigue siendo admirable ver cómo Borges usaba su ingenio humorístico para exponer sus opiniones. Incluso (sobre todo) las más políticamente incorrectas. Otro ejemplo: en el mismo libro, Sorrentino le pregunta cómo conciliaría la idea de la democracia y las elecciones libres con el hecho de que en los comicios suele triunfar siempre el peronismo. «Ese sería un argumento en contra de la democracia y las elecciones libres», es la notable respuesta del escritor. Enseguida Borges arriesga una definición personal de la palabra ‘Peronista’: «El peronista es una persona que simula ser peronista, pero que lo hace para sus fines personales. […] No conocí a nadie que se animara a decir ‘Soy peronista’, porque se hubiera dado cuenta de que se ponía en ridículo. Más bien diría: ‘A mí me conviene el peronismo porque le saco tales ventajas.’ […] Entre [las palabras] ‘peronista’ y ‘desinteresado’ hay una evidente contradicción.» Aunque es imposible no encontrarle la gracia, algunas de estas declaraciones sirven para conjeturar que la lucidez de Borges quizá no abarcaba todas las áreas de su pensamiento.
Es que Borges, además de un lector y un escritor notable, es también el fruto de su propia época. Y de su propia clase dentro de esa época, como puede verse en las siguientes expresiones tomadas de un diálogo que Mario Paoletti recoge en su libro El otro Borges, en donde la sorpresa desaloja al humor. Borges: «En los EE.UU. no hacen bromas contra los negros.» Di Giovanni: «Es que estamos en guerra con ellos y no queremos que nos corten el pescuezo.» Borges: «Yo soy racista. Les tomaría la palabra y veríamos quién gana. Limpiaría los EE.UU. de negros y si se descuidan me correría hasta el Brasil. Si no acaban con los negros, le van a convertir el país en África.» Di Giovanni: «¿Aquí no quieren al Brasil?» Borges: «No, nos parece un país de macacos». Di Giovanni: «¿A quién quieren o admiran en la Argentina?» Borges: «A nadie». El diálogo concluye con una opinión acerca de una frase que se le atribuye a Elena Garro: «El hombre perfecto de hoy es negro, judío, comunista y homosexual». Borges: «La frase es injusta con los judíos: en ella van en mala compañía».
En el libro de diálogos con Sorrentino, Borges cuenta cómo recibió el triunfo de la autodenominada Revolución Libertadora que derrocó al innombrable Perón. La historia, aparentemente verosímil, esconde un inesperado giro borgeano que bien puede pasar desapercibido. «Esa noche yo estaba mal informado. Creía que Rojas iba a bombardear la ciudad. Nos habían aconsejado alejarnos del lugar que iba a ser bombardeado. […] Entonces, con mi madre, fuimos a casa de mi hermana. […] Luego salí a caminar (no sabía lo que había ocurrido, estaba pensando que se demoraba el bombardeo) y de pronto me encontré frente a la casa de una querida amiga mía. […] Subí, noté algo raro en la cara de la mucama. En eso llega mi amiga, me abrazó… […] y entonces fui comprendiendo lo que había pasado: la Revolución había triunfado». Borges utiliza el recurso de notar algo raro en la cara de la mucama, personaje al que le impone el papel de representar al pueblo peronista derrotado, anticipando el momento inmediatamente posterior en el que su amiga le revela que ha caído el tirano (otro eufemismo muy usado). Ese detalle le da a la historia un relieve y una riqueza que desaparecería si faltara el personaje de la mucama, con ese «algo raro» que él afirma haber visto en su rostro. Lejos de ser un detalle verosímil, tal vez se trate de un recurso estrictamente literario: es que para 1955, año en que tuvo lugar el golpe de Estado que derrocó a Perón, Borges ya estaba ciego casi por completo y difícilmente hubiera podido ver nada en el rostro de aquella mujer. Una picardía a la altura de su leyenda.
Lejos del juicio, pero sin esconder nada, recordar a Borges con todas sus facetas y contradicciones nos pone frente a frente con el complejo desafío de ser argentinos hoy. Su memoria no solo nos deja frente a la mejor literatura que jamás se haya escrito en la Argentina, sino también frente a algunas de las más claras muestras de esa intolerancia que también nos identifica como pueblo. Sin embargo, ¿quién sabe si a él le hubiera disgustado o no que en el siglo XXI su figura se convertiría en un espejo necesario para la sociedad argentina? Por suerte para uno, el ya no está acá para leer este artículo.
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Todo el que no es peronista ha de ser tildado "gorila"...? Qué reduccionismo absurdo con tintes autoritarios de partido único... cuán sabio Borges y cuán estrechos mentales y fanáticos otros...ya somos grandes como para entender que se puede estar de acuerdo o no con cualquier figura o accionar político sin pertenecer a ningún bando. Tildar a Borges de gorila por ser antiperonista es en cualquier caso, una inmensa
Estimado Roberto, coincido con su primera afirmación: es cierto que para calificar a alguien de “gorila” no alcanza con que dicha persona no sea peronista. Sin embargo dos oraciones más abajo usted afirma que, lo cito, “tildar a Borges de gorila por ser antiperonista es en cualquier caso, una inmensa falacia”. Acá es donde debo recordarle que por definición un “gorila” no es otra cosa que un antiperonista, alguien que manifiesta un odio visceral por el peronismo. Y estoy seguro de haber elegido bien mis citas para dejar claro que Borges no solo no simpatizaba con el peronismo, sino que era un antiperonista rabioso. Es decir, un “gorila” por carácter transitivo. Tanto, que el día en que Perón fue derrocado en lo primero que pensó fue en que “se demoraba el bombardeo”. Es decir, no solo quería que “El Innombrable” fuera desalojado del poder, sino que ansiaba que la sangre peronista fuera derramada. Si eso no es antiperonismo, ¿qué lo sería? A pesar de lo anterior, volvemos a coincidir en calificar a Borges de genio, aunque usted parece atribuirle a la genialidad un carácter absoluto que el propio escritor se cansó de rechazar en vida. Porque lo genial de Borges no está en él, un ser humano falible como cualquiera, sino en su obra. En ese sentido no hay diferencia alguna entre Borges y Maradona: ambos son dueños de obras geniales, pero personas tan capaces de equivocarse y de odiar como usted o como yo. Por cierto: nótese el uso de las comillas en la palabra “gorila”, con las que traté de quitarle peso dramático a un término tan desagradable. Reconozco mi fracaso en ese intento. Un abrazo para usted y otro para Carlos Farias, cuyo cometario me excuso de responder. No parece necesario.
Una inmensa...lo que quieran... quizá fals
Ay este editor... falacia podría ser...!?
Pobre muchacho, supina ignorancia al poner en paralelo al más grande escritor con un pobre milicos traidor y cobarde es desconcer
Las "opiniones" vertidas por B. (apenas un puñado de sus atrocidades, porque la lista es enorme) son siniestras. Su desprecio y odio visceral lejos está de agotarse en Perón o el Peronismo, como lo demuestran los textos citados. Claro, podríamos buscar el origen de su resentimiento en lo frustrante que el injusto azar lo hubiera hecho llegar al mundo en Palermo y no en Inglaterra o Islandia. Al menos sus restos descansan en Ginebra por expreso pedido a su viuda, tal como ella asegura. En gran medida B. fue un talentosísimo pero en último análisis simple tilingo que, como sabemos y vemos hoy en la inagotable perpetuación de esa especie, son, literalmente, capaces de cualquier cosa: desde bombardear una plaza colmada de gente inocente (como recordamos hoy) hasta aconsejar que la gente no se vacune en medio de una pandemia.