Cuatro propuestas diferentes para difrutar de la lectura: Fernando Aramburu, Pablo Bernasconi, Guillermo Saavedra con Eduardo Stupía y Santiago Craig.
Los vencejos
Fernando Aramburu
Tusquets
Colección Andanzas
698 páginas.
Luego de la monumental Patria, la novela que lo hizo conocido más allá de Europa, Fernando Aramburu vuelve con otra novela monumental, Los vencejos. En ella narra una historia más íntima en la que se mezclan la suavidad y la aspereza. La acción dura exactamente un año, de agosto a julio. Un año es el plazo que se ha puesto Toni, un profesor de colegio secundario, para abandonar esta vida por voluntad propia.
“No me gusta la vida. La vida será todo lo bella que afirman algunos cantantes y poetas, pero a mí no me gusta. Que no me venga nadie con alabanzas al cielo del ocaso, a la música y a las rayas de los tigres. A la mierda toda esa decoración. La vida me parece un invento perverso, mal concebido y peor ejecutado. A mí me gustaría que Dios existiera para pedirle cuentas. Para decirle a la cara lo que es, un chapucero. Dios debe de ser un viejo verde que se dedica desde las alturas cósmicas a contemplar cómo las especies se aparean y rivalizan y se devoran las unas a las otras.”
Una infancia infeliz marcada por la violencia de los padres, un matrimonio destrozado y el implacable odio de su ex mujer, un hijo problemático llamado Nikita, un trabajo que detesta y todo un universo de desdichas parece justificar su deseo de quitarse la vida.
La novela transcurre en Madrid y un punto crucial es el Parque Eva Duarte de Perón, donde Toni lleva a pasear a su perra Pepa. Allí están los pájaros oscuros, los vencejos, que le dan título al libro. El protagonista quisiera haber nacido vencejo y no hombre, lo que le permitiría mirar el mundo desde arriba sin tener que estar atado a las miserias humanas.
La mayor compañía de Toni es su perra y también la escritura pormenorizada de su vida y sus conflictos. Además, están su amigo Patachula y Águeda. De su biblioteca ha comenzado a desprenderse de a poco en concordancia con su proyecto suicida del que ya sabe su fecha.
Pero el hecho de saber que su vida acabará en el momento que ya tiene decido le hace sentir que tiene un dominio sobre ella y, contra lo que esperaba, comienza a gustarle. Paradójicamente, la planificación de su suicidio parece mostrarle costados más alentadores de la existencia. Pepa y Águeda serán las testigos de un final inesperado para Toni.
En una novela sobre la minuciosa planificación de un suicidio, el autor saca a relucir cierto sentido del humor. Tan negra y miserable pinta Toni a la vida que a veces más que un detractor de ella parece un amante ridículamente enamorado de la oscuridad.
Consagrado con una novela de tinte político como Patria, Aramburu muestra en Los vencejos su talento para moverse en otro registro y hacer que el lector acompañe los altibajos anímicos y las reflexiones sombrías de su personaje a lo largo de 700 páginas. Paradójicamente, esta novela sobre una decisión trágica (“Mi proyecto para el 2019 –dice Toni- es que me quitaré la vida en la noche del 31 de julio al 1 de agosto, no sé todavía dónde ni cómo.”) es más bien una celebración de la vida.
Vidas del poema
Guillermo Saavedra con dibujos de Eduardo Stupía.
Editorial Cien Volando
169 págs.
Contradiciendo el orden que usualmente suelen tener los libros “ilustrados”, adjetivo inevitable pero empobrecedor en la medida en que supone una relación de sumisión al texto, esta vez son los textos lo que acompañan a la imagen. Así lo explica Guillermo Saavedra en la contratapa. Una treintena de monocopias–técnica indirecta que es una de las manifestaciones del grabado- se le impusieron “como contraparte necesaria de estas escenas biográficas del poema que, queriendo ser poemas ellas mismas, bien podrían leerse como un arte poética en progreso o una historia conjetural de los avatares de la poesía.”
Las monocopias de Stupía son pequeños campos de batalla en que las formas luchan por emerger a la figuración mientras una fuerza interna las arrastra hacia lo abstracto. Esto les da un particular movimiento, un equilibrio inestable.
Por su parte, los poemas de Saavedra tienen una impronta narrativa. Se trata de breves historias protagonizadas por el poema que, al establecer cómo se comporta este en distintas situaciones, le agregan un matiz ensayístico. No por casualidad el libro se cierra con un breve ensayo, “¿Quién habla en el poema?”
Sin duda, colocar al poema como protagonista de estas breves historias es un hallazgo que permite teorizar sobre él de una manera particular, sin el tono serio del ensayo y sin solemnidad. Al cabo de estas pequeñas historias en el que poema se presenta como un personaje intimidado por la antología, agotado por la declamación altisonante, arrojado al mar de las palabras, termina por ser una especie de modesto antihéroe que solo busca un lugarcito en el mundo.
Así como las monocopias muestran la lucha de las formas consigo mismas, los poemas muestran la lucha del poema por autodefinirse. Entre ambos lenguajes, el plástico y el poético, hay más de una coincidencia. Si el poema es una especie de excepción de la lengua, una rara avis del lenguaje, también la monocopia es una excepción: incluida en el mundo del grabado que permite la multiplicación de imágenes, ella, irrepetible, se agota en una sola.
Para mover el mundo
Pablo Bernasconi
Fondo de Cultura Económica
Libro álbum
Aunque catalogado como literatura infantil, este libro de Bernasconi no excluye a los adultos, sino más bien todo lo contrario, los incorpora. Quizá habría que ampliar el concepto de “infantil” y admitir que la infancia es la época en que todos somos filósofos amateurs, una condición que se va perdiendo si los años nos apoltronan y comienza a parecernos que es de lo más natural que exista el mundo y este hecho insólito deja de producirnos asombro. Por lo tanto, la infancia se caracterizaría por un estado de sabiduría del que los adultos carecemos.
El libro, casi exclusivamente visual y apenas salpicado por alguna que otra palabra, comienza nada menos que con una frase de Noam Chomsky: “No deberíamos estar buscando héroes. Deberíamos estar buscando nuevas ideas.” ¿Y qué es lo que hacen los chicos, sino buscar permanentemente nuevas ideas para representar el mundo lo que, a cierta edad, equivale a tratar de explicárselo?
Las palabras sobre las que autor ha decidido trabajar son unas pocas: Paciencia, Abundancia, Rumbo, Ambición, Mirada, Organización, Voluntad, Escucha, Ruptura, Equilibrio, Lucidez, Multiplicación, Unión, Negación, Deseo, Otros/Otras. Puestas una debajo de otra como para hacer una lista, forman un acróstico que es el título del libro: Para mover el mundo.
El artista no “ilustra” cada una de estas palabras, sino que las transforma en una suerte de entrada a un diccionario filosófico gráfico de gran complejidad y, a la vez, sencillo de comprender.
Cartones, latitas, telas, evocan la materialidad del mundo, de este mundo “un poco roto y complicado” que, sin embargo, no deja de ser hermoso. Solo necesita de los que están dispuestos a repararlo para que sea menos caótico y hostil.
Animales
Santiago Craig
Factotum Ediciones
137 págs.
Solo 18 cuentos breves con nombres de animales le hacen falta a Santiago Craig para desplegar todo un universo narrativo lleno de matices que van del nacimiento de un mito como en “El oso” a la crueldad extrema que no tiene conciencia de sí misma en el cuento siguiente, “Nuestro perro” o en el último, “El elefante”, que sorprende con frases como “los elefantes tiene pestañas de muñeca antigua”.
Jirafas que acompañan a una niña citadina, taxidermistas, animales que irrumpen en un lugar que no es su hábitat y lo vuelven extraño, enrarecen el ambiente, sacuden a los habitantes y suelen ser víctimas de reacciones desmedidas.
Si de algo son portadores estos animales es siempre de una revelación, la revelación no de quiénes son ellos, sino de quiénes son aquellos que los reciben. En general, son siempre un acontecimiento capaz de sacar a los hombres del tedio a que están acostumbrados aunque más no sea para volver a él, porque salirse de la rutina es siempre incómodo y los animales parecen puestos en lugares inadecuados para incomodar, para revelar aquello que nadie tiene interés en que sea revelado.
Con un lenguaje que se mueve hábilmente entre lo cotidiano y lo poético, los cuentos de Craig siempre evitan el desborde y, como el cómico que aumenta la risa del púbico manteniéndose serio ante sus propios gags, sus personajes narran con naturalidad absoluta lo que es extraordinario sin plegarse nunca al asombro de lo inusual. Lo extraordinario contado con la naturalidad de lo habitual resulta doblemente inquietante.
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