Daniela Fiorentino y Carlos Peláez interpretan y dirigen Tarabust, una obra en la que el trabajo con marionetas se combina con actuaciones en vivo.
Se trata de los inicios del lenguaje de un niño llamado Eso, un chico con nombre neutro. A partir de esa forma potencial, los protagonistas dotan al hijo y a la historia de contenidos clave sin juicio: sexualidad, política, normativas de uso, enfermedad, pertenencia y fantasía en escena. Los titiriteros se valen de una multifunción de objetos y soportes, con movimientos constantes, intercalados de máscaras y mecanismos delicados del títere y tapices bordados a modo de Guernica.
Fiorentino además programa la cartelera de teatro de títeres y objetos de Pan y Arte (premio Javier Villafañe), donde se representa esta obra con un equipo impecable que traza melodías entre el miedo, el reconocimiento y el humor de un caserío por momentos sombrío y con silencios inefables. Como hacedora cultural, ella releva la importancia de seguir sosteniendo espacios culturales ante la devastación y vaciamiento.
Del espacio al vestuario, en la obra hay elementos góticos. ¿De dónde partieron?
Daniela Fiorentino: Una amiga me dijo que tenía un estilo Tim Burton. Yo más bien diría que la idea de Tarabust sale de El odio a la música del filósofo Pascal Guinard.
Carlos Peláez: Es un libro que toma la música en los campos de concentración, su uso para la tortura. Cuenta cómo armaban las orquestas que tocaban cuando llevaban a los prisioneros a la cámara de gas, con música de infancia de la zona de donde eran oriundos.
Las voces parecen propias de un fonógrafo, como si provinieran de un registro de espectros.
CP: Guinard dice que el tarabust es un término que en francés existe como verbo, tarabustear, en un momento previo al lenguaje. Tiene que ver con un sonido que machaca y es lacerante.
DF: Se puede creer que es lo previo al lenguaje de un bebé, un tamborileo o el jadeo en una relación sexual, todo lo que no puede escucharse con un sentido.
¿Qué priorizaron en el trabajo de entrenamiento vocal?
DF: Trabajamos con Magdalena León y nos metimos en el mandato, en lo que es la exposición de lenguaje para un niño. La imposición en el ejercer la enseñanza del lenguaje.
CP: Injertar o incrustar el lenguaje que siempre ocurre de modo violento y naturalizado.
El texto además incorpora instructivo de usos de los años ’60 que se aplican sobre el niño.
DF: Políticamente es importante hacer esta obra, aunque no lo nombremos. El niño es atemporal. Por eso las voces en off de distintos niños. Su nombre Eso lo cosifica, pero en esa criatura están encarnados todos los niños del mundo. Cuántas veces uno, como un niño, se sintió como un eso. Te ponen, te sacan, se separan, se juntan y él está ahí como espectador pasivo, o formulando su pregunta.
Hay una poesía que ustedes van hilvanando escena tras escena, hasta el final.
DF: La dramaturgia la armamos por escena y con la repetición, nos servía para marcar el espacio-tiempo. La decisión de poner delante de los tachos cuadros fue de Adrián Cintioli, un maestro. Lo de la puerta es donde se tira y sale o se depositan elementos en ese ataúd, casa, agujero negro.
CP: La idea es que las cosas vayan mutando para armar un sistema. Son escenas sin nexo directo sino desde alguna palabra para romper y desde distintos niveles para metaforizar ese lenguaje, desde el vestuario, el espacio, las luces, lo que se dice para que todo confluya en lo conflictivo de la obra.
¿El uso de la repetición resignifica el mensaje?
DF: Le da otro sentido. Funcionó mecánica y musicalmente. Las palabras que dice la pájara (barco o dorra) son palabras que se usan para el trabajo con sordos porque tienen una fonética fuerte.
¿Cómo se llega a articular el sentido desde el desconocimiento?
DF: Lo que nos sirvió fue no juzgar a los personajes. Los padres son así. Estamos atravesados por imposiciones, lo mismo sucede con la sexualidad: ¿Es nena o nene? ¿Femenino o masculino?
¿Notan cambios en la cartelera teatral de títeres para adultos?
DF: Acá, el 70% de la programación tiene que ver con el teatro de títeres y objetos de autores latinoamericanos. A fin de año agregamos una obra de Carlos (Peláez) de danza y títeres. Hay muchos cambios en adultos porque hay público. Para nosotros es importante sostener los lugares de encuentro, ante una política dedicada al vaciamiento. «
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