Miembro de número y presidenta de la Academia Argentina de Letras, la especialista acaba de publicar ¡¿Por las dudas...?!, un libro que da respuesta a los problemas que se nos plantean al escribir, desde la puntuación al uso correcto del gerundio y los tiempos verbales.
Zorrilla es miembro de número de la Academia Argentina de Letras y presidenta de esa institución; miembro correspondiente hispanoamericana de la Real Academia Española; doctora en Letras por la Universidad de El Salvador; licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, por enumerar solo algunos datos de su extenso currículum que consigna, además, numerosas distinciones y diversos libros publicados, tanto obras literarias como lingüísticas.
Aunque sus títulos y honores resulten intimidantes, Zorrilla quiebra la solemnidad de sus antecedentes académicos con un particular sentido del humor que ya había desplegado en su libro anterior destinado no al ámbito académico sino al gran público lector: Sueltos de lengua (Libros del Zorzal).
Ella atribuye su sentido del humor a la mezcla de sangre andaluza con sangre gallega, aunque –y esta es solo una opinión personal– quizá sea la única forma que encuentra para sobrellevar los martirios que los hablantes solemos infligirle a la lengua y que en ella producen la misma sensación desagradable que el chirrido de una tiza o de una uña sobre un pizarrón.
Sobre todo en el último tiempo, la corrección lingüística tiene mala prensa. Un cierto hipismo intelectual o una teoría supuestamente transgresora que se levanta contra toda norma proclama que se pueden inventar de la nada palabras por cuenta propia como si se tratara de un microemprendimiento, atropellar los verbos, repartir comas sin ningún criterio, usar y abusar del potencial, transpolar impunemente criterios de otras disciplinas a la lengua como si esta no constituyera un sistema autónomo y, lo que es aún peor, como si no fuera un bien común, quizá el repartido de manera más equitativo, porque para ser un hablante no se requiere tener un abultado depósito bancario, vivir en un country, ni rendir ningún tipo de examen de admisión.
En su último libro, Zorrilla vuelve a emprender la quijotesca empresa de «desfacer agravios y enderezar entuertos» lingüísticos para evitar que todos, pero fundamentalmente quienes nos arrogamos el pomposo título de comunicadores sociales, no perpetremos crímenes lingüísticos como el que la autora detecta en el Faro de Vigo: «Calcula el Instituto Nacional de Estadística (INE) que este año va a morir gente que no había muerto nunca, pero en mucha mayor cantidad». La pandemia, según parece, también tuvo inesperadas consecuencias en la lengua.
–¿De qué modo se establece el criterio de corrección o incorrección en el campo de la lengua?
–Cuando una oración cumple con el sistema gramatical en cuanto al orden de las palabras, es gramatical. Por ejemplo: «La casa es de madera». Cuando la sintaxis no respeta el orden que deben tener las palabras en la oración se da la agramaticalidad. Por ejemplo: «La mujer pone» es agramatical porque a esa oración le falta un elemento. Lo mismo sucede cuando surgen anacolutos que revolucionan la sintaxis,
–¿Podría explicar el concepto de anacoluto?
–Es la inconsistencia que se establece cuando no se relacionan bien las palabras en la oración.
–¿Cuáles son las instituciones encargadas de pronunciarse acerca de los errores en la lengua?
–En otros momentos de la historia la regla era monocéntrica. La Real Academia Española dixit. Ahora, desde hace varios años, la norma es policéntrica. Las 23 academias trabajamos conjuntamente. Formamos parte de la Asociación de Academias de la Lengua Española y entre todas conformamos la normativa. La academia de cada país le entrega a la academia española las normas en uso. Me refiero a las palabras y expresiones más difundidas. Los periodistas suelen decir que la Academia Española hoy dice A y mañana dice B. Pero no es así. Lo que sucede es que como ahora se respeta el español de la Argentina, el de Bolivia, el de Uruguay, etcétera, cada país envía su léxico y sus normas.
–¿Podría dar un ejemplo?
–Sí. La Acadamia Española comenzó con «vídeo» que realmente es la pronunciación correcta. Pero en la Argentina todos dijimos video y ya se introdujo. ¿Por qué? Porque la Academia Española respeta lo que nosotros le enviamos desde la academia argentina.
–¿En función de qué criterio se establece que «vídeo » es la pronunciación correcta? ¿De su etimología?
–Sí, exactamente, de su etimología.
–¿Es decir que el criterio de corrección también está dado por el uso?
–Sí. Si se difunde un uso es porque hay una necesidad. Si esa necesidad está dentro del sistema gramatical, se aprueba. Se respeta lo que se usa en el país. Por ejemplo «agarrar», que es algo que trato en el libro: «Yo agarré y fui al hospital con mi nene». Antes esa oración era considerada incorrecta. Ahora no. Significa tomar una decisión y la Real Academia Española ya lo registró como una norma nuestra. A mí siempre esa expresión me llamaba la atención, no la entendía. Lo mismo sucede con «ciudadano de a pie». Yo prefiero «ciudadano común», pero no hay ningún error en esa expresión y se la utiliza mucho en la Argentina, aunque no está en el Diccionario de la Lengua de la Argentina que edita la Academia Argentina de Letras. Pero el año que viene, seguramente en marzo, vamos a tratar el tema para ver si se puede incluir, porque está bastante difundida. Algunos periodistas usan «republicanos de a pie». Yo no le encuentro error, aunque no esté registrada. Otra palabra sobre la que me preguntaban siempre mis alumnos es «preocupante». Lo que me preguntaban era por qué no está en el diccionario de la lengua. Pero está «preocupar» y «preocupante» es un participio de presente. Las academias no podemos registrar todo, porque serían tomos y tomos y no hay editorial que tolere eso.
–¿Cuál es el método por el que se establece la difusión de un vocablo o una expresión?
-La Real Academia Española nos manda a cada academia listas de palabras de posible inclusión en la futura edición del diccionario académico o en el diccionario digital y nos pide que nos fijemos en las definiciones para ver si están de acuerdo, en nuestro caso, con el uso argentino. Si hay diferencias se aclaran. En la Argentina –se informa– esta palabra no se usa, o a veces decimos que no se usa con ese significado, pero sí con otro. Esas aclaraciones se envían indicando las fechas. De eso se encarga el Departamento de Investigaciones Linguísticas y Filológicas.
–En su último libro usted se refiere a los medios, al área judicial con su exageración de gerundios y a la publicidad. ¿Son estos los mayores transmisores de errores lingüísticos?
–Siempre digo que hacemos docencia desde todos los ámbitos. La televisión se ve mucho. La publicidad se oye y se escucha mucho, porque algunas personas le prestan mucha atención. Si no cumplen una labor docente como deberían hacerlo, van a seguir introduciendo errores porque, como dijo John Locke «No hay ningún error que no haya tenido sus seguidores». Los errores se propagan.
–Uno de los mitos que circulan entre los periodistas gráficos es que no es bueno utilizar adverbios terminados en -mente. Creo que eso viene en parte de García Márquez, al que no le gustaban y no los usaba, pero entiendo que eso formaba parte de su ideolecto, pero de ninguna manera es una regla universal. ¿Qué piensa usted?
–El abuso de este tipo de adverbio viene del inglés. Lo que hay que evitar es su abuso. Se pueden utilizar uno o dos en una página, pero no veinte como conté en una oportunidad. Está mal el abuso, pero el uso de ese tipo de adverbio es perfecto. Una pregunta frecuente de los alumnos es por qué no están en el diccionario, pero sí está el adjetivo, se forma con el agregado del sufijo. No es necesario que esté registrado en el diccionario para ser correcto.
–Contrariamente a lo que podría creerse, muchas veces los errores provienen de gente culta. Por ejemplo, en los últimos tiempos se ha propagado la expresión «al interior de» y tengo la sensación de que eso proviene, sobre todo, de quienes pertenecen a las ciencias sociales. Se ha transformado en una especie de jerga como si «al interior de» fuera distinto de «en el interior de» o tuviera otro estatus.
–(Se ríe) Puede ser que lo piensen, sí, pero «al interior de» es un italianismo y la gramática normativa lo corrige siempre. Es como «en base a» que también viene del italiano. Otro error frecuente es usar el verbo «detentar» cuando alguien tiene un cargo porque significa haberlo obtenido de una manera que no es la lícita. También suele usarse mal el verbo «suplantar» como sinónimo de reemplazar o suplir, aunque «suplantar» significa ocupar el lugar de otro con malas artes y también falsificar un documento.
–Pero estas expresiones están impuestas por el uso. ¿En ese caso las academias de la lengua deberían aceptarlas?
–No, porque tenemos los elementos para vetarlas. «Al interior de», «en base a» y «detentar» en el sentido de poseer son italianismos. La expresión muy usada por los periodistas como «relacionado a» en lugar de «en relación con» viene del inglés. «Es por ello que» es francés puro. Todo eso lo vetamos porque son calcos de otra lengua y la nuestra tiene su propia estructura. Por lo tanto, defendamos la nuestra.
–Estamos en la era de la comunicación, de las redes sociales. ¿Esto hace que los errores se multipliquen?
–No, creo que siempre los hubo. Lo que pasa es que las redes sociales se descuidan, se manejan libremente sin tener en cuenta las normas, argumentan que la economía verbal es importante. A mí me preocupa más que no sepan escribir un informe en una empresa, que no sepan redactarlo porque el que redacta es quien tiene en cuenta las normas. Mal o bien, todos escribimos. Pero redactar es escribir bien, de acuerdo con las normas.
–¿Y qué pasa con el gerundio de los abogados? El ejemplo típico de mal uso del gerundio es usarlo como adjetivo, por ejemplo «una caja conteniendo» en lugar de «una caja que contiene».
–Sí, pero los abogados lo utilizan mucho más como posterioridad.
-¿Por ejemplo?
–»El ladrón robó el banco huyendo hacia la avenida». Lo correcto sería «robó el banco y huyó hacia la avenida». Se lo llama también gerundio copulativo porque se corrige con la «y» más un verbo conjugado.
–Últimamente ya no se dice «bolitas», sino «canicas»; no se dice «tiroteo», sino «balacera». ¿Estamos más en contacto con la virtualidad que con la realidad?
–Sí, le he escuchado decir a mis sobrinos nietos «mamá, bota ese papel». Lo toman de las películas o de la publicidad de otros lugares.
–Hay gente que suele enojarse con las Real Academia de la Lengua Española porque no acepta, por ejemplo, el lenguaje inclusivo. Pero la Academia no le cobra multa a quien no lo usa, no lo sanciona. ¿Cuál es la función de una academia de la lengua?
–Cuidar el uso del idioma. Entonces damos orientaciones o guías a través de las normas para que no nos salgamos del sistema gramatical. Pero el hablante es libre. Lo importante es que use esa libertad para que lo entiendan, y para que lo entiendan tiene que hablar en español. «
–Con bastante frecuencia se escucha decir a gente que tiene una buena formación “si yo sería….” en vez de “si yo fuera….”. Lo escuchamos todo el tiempo en programas televisivos, por ejemplo. ¿A qué cree que obedece la sustitución del subjetivo por el condicional que hoy está tan generalizada?
-Creo que es un problema de la escuela que no les ha inculcado a esos hablantes la estructura de las condicionales, porque hay una estructura en la prótasis y en la apódosis. Esto viene desde la escuela primaria, no hay otra explicación.
–Hace unos 35 años, Beatriz Lavandera, que como lingüista no se dedicaba a la lengua con carácter normativo, sino descriptivo, estudió este fenómeno y concluyó que era una tendencia y que, probablemente, terminaría por imponerse. ¿Cómo lo ve usted?
-El sistema gramatical le dice no a esta sustitución. Las oraciones condicionales tienen una estructura fija: “Si fuera rico, viajaría a todos los países del mundo”. Eso es una estructura fija. En la prótasis se utiliza, en este caso, el pretérito imperfecto del subjuntivo y en la apódosis, el condicional simple. Si dijera “Si hubiera sido rico” en la apódosis debería decir “habría (hubiera o hubiese) viajado por todo el mundo.” El argentino usa mucho el “hubiera”, pero a mí me gusta más el “habría” que es el uso canónico, pero las tres formas son correctas. Precisamente porque se difundió el uso de las otras dos formas, se aceptó. No están fuera del uso gramatical, pero la sustitución del subjuntivo por el condicional creo que es un error difundido, no una tendencia.
–¿Cuáles son los errores más frecuentes que se comenten en el uso de la coma?
-Hoy la utilización de la coma entre sujeto y predicado. También se usan los adverbios en mente como modificadores oracionales sin la coma obligatoria. Por ejemplo: “Le diré, finalmente, lo que pienso”. En ese caso la coma es obligatoria , aunque es un error muy común no colocarla.
También es obligatoria cuando hay un modificador de modalidad como en “Sinceramente, no te puedo contar nada.”
Otro error común es poner una coma entre el verbo y el complemento directo: “Compré, varios artículos para la casa”.
Hace mucho tiempo tuve una profesora que hablaba de “coma respiratoria” porque no tenía una formación en el tema y decía que ponía una coma cuando respiraba (risas).
Los libros, en general, dan pocas normas para el uso de la coma, pero yo reuní 66 que detecté a partir de la lectura de autores que la usaban muy bien en relación con la sintaxis.
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Excelente nota a notable escritora nacional, Alicia Zorrilla