Mi abuela es un libro brillante, dedicado a narrar las andanzas y desandanzas de Marta Rivas González, personaje osado, irreverente y proustiano de la extinta aristocracia de izquierda chilena. Lo firma el notable escritor Rafael Gumucio, su nieto. Un clásico de clásicos de la nueva crónica latinoamericana.
“¿Cómo se vestía, hablaba, comía y se reía mi abuela? ¿Cómo puedo presentarla a los extraños que no la conocieron? ¿Una profesora de francés? ¿Una señora bien? ¿La quintaesencia de la aristocracia latinoamericana? ¿Una escritora forzada? ¿Una lectora feliz? ¿La presidenta de la Liga Herodes? ¿Una madre abnegada a la que nadie reconoció? ¿Una niña que no dejó nunca de ser la hija de su padre? ¿Pariente de medio Chile? ¿Testigo de toda la historia? ¿Católica arrepentida? ¿La liberal más conservadora del mundo? ¿Turca, italiana, francesa? ¿Una chilena completamente peruana? ¿Una francesa completamente chilena? ¿Una esposa infiel completamente fiel? ¿Una valiente que le tenía miedo a todo? Eso, todo eso fue alguna vez, pero ahora es otra cosa”, confiesa Gumucio en este libro que salda cuentas con la mujer de su vida.
En Mi abuela (Marea), el periodista y escritor teje una obra difícil de encasillar. A esta altura del partido, un clásico de clásicos de la nueva crónica latinoamericana. Texto transgénero que se alimenta en los territorios de la biografía familiar, la autobiografía fabulada, la novela de exilio y el perfil nostálgico. ¿El resultado? Un libro brillante que narra los claroscuros de la vida luminosa de una digna dama proustiana. Pero también que habla del fin de una época, quizá de las utopías. Y del nacimiento del Chile neoliberal parido por el pinochetismo.
“Entre mi abuela y mi padre, habría elegido cien mil veces a mi abuela y su barrio, mi abuela y su estilo, mi abuela y su risa para salvarme de ser pobre o de ser normal. Yo llamaba a todo eso literatura, porque para mí eso era ser escritor: salvarse de vivir en los suburbios. Mi abuela había perdido casi todo, pero ese todo al menos lo tuvo alguna vez, y esa sensación de haber sido rica y poderosa e intocable a mí me bastaba como tesoro. Me bañaba en sus frases, en el aroma siempre impecable y misterioso de los libros que le pedía prestados y que no necesitaba ni siquiera leer, pues me bastaba con abrirlos y olerlos para impregnarme de ella, de la literatura, libre, soberana y única para mí”. La abuela de Gumucio suplantó al padre ausente de Rafael, también a su madre difusa y a un país distante, frío y lejano llamado Chile. Pero sobre todo, engendró al escritor.
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