Aunque no se opone, cree que, al menos por ahora, la IA no puede competir con la creatividad humana en materia literaria y se solidariza con los guionistas de Hollywood que están en huelga por los daños que la implementación de esta tecnología comienza a causarles.
No está contra la tecnología en absoluto. Es más, según declaró, su nueva novela nació de una “visión” que tuvo y que se relaciona con la tecnología. En esa visión, Holly asistía al funeral de su madre por Zoom, pero en un momento dado, apaga la cámara para poder bajar la cabeza y llorar.
Sin embargo, con la Inteligencia Artificial tiene algunos reparos: piensa que hasta el momento no ha alcanzado la creatividad de que es capaz la inteligencia humana y, por lo tanto, no puede reemplazarla; sostiene que copia pero no tiene vuelo creativo y acusa al algoritmo de “aburrido”.
«He leído poemas escritos por Inteligencias Artificiales –afirmó- que eran del estilo de, por así decirlo, William Blake, y tienen algunas cosas similares, pero no es lo mismo. Con los guiones sucede igual. Ni siquiera están cerca del escritor. Es como la diferencia entre Budweiser y una cerveza genérica: ambas te provocan un ligero hormigueo al tomarlas, pero no es lo mismo».
Si no ha alcanzado el nivel de la creatividad humana, la IA ya ha comenzado a generar conflictos laborales. La carencia que detecta King no parece importarles a los miembros de la Alianza de Productores de Hollywood que comienzan a implementar las nuevas tecnologías en reemplazo de guionistas para achicar costos. Por esta razón los guionistas del sindicato WGA están en huelga, situación con la que el maestro del terror se solidariza.
No es ésta la única consecuencia que tiene la incipiente implementación de la IA. También los actores protestan por la utilización que esta nueva tecnología hace de sus imágenes, una operación que podría llevarlos a perder el poder total sobre ellas y, en consecuencia, su propio trabajo.
Por su parte, los novelistas y cuentistas también se pronunciaron al respecto en el mes de julio de este año. La famosa Margaret Atwood, autora de El cuento de la criada, Jonathan Franzen (que visitará la Argentina para participar del Filba), Nora Roberts y muchos otros escritores remitieron una carta a los CEO de OpenAI, Meta, IBM y Microsoft en la que argumentaban contra la IA: “Estas tecnologías –dice la carta – imitan y regurgitan nuestro lenguaje, historias, estilo e ideas. Millones de libros, artículos, ensayos y poesías protegidos por derechos de autor proporcionan el ‘alimento’ a los sistemas de IA, comidas interminables por la que no se nos ha pasado factura”.
Durante el mes de agosto de este año, el maestro del terror trató ampliamente el tema de la IA en un ensayo publicado en la revista The Atlantic.
Allí planteaba una inquietud que se transformaba en pregunta: “Autos que se conducen solos. Aspiradoras con formas de platillos que se deslizan de acá para allá (solo ocasionalmente trabándose en las esquinas). Teléfonos que te dicen dónde estás y como llegar al siguiente lugar. Vivimos con todas estas cosas y, en algunos casos (el smartphone es el mejor ejemplo), no podemos vivir sin ellas, o nos decimos eso. Pero ¿puede una máquina que lee aprender a escribir?”
Y agregaba: “Dije en alguna de mis pocas incursiones en la no-ficción (Mientras escribo) que no es posible aprender a escribir a menos que se sea un lector, a menos que se lea mucho. Aparentemente, los programadores de IA han tomado a rajatabla este consejo. Gracias a que la capacidad de memoria de una computadora es tan extensa (todo lo que yo escribí en mi vida entra en un pendrive, un hecho que nunca deja de sorprenderme), estos programadores pueden volcarle miles de libros a estas últimas mezcladoras digitales. Incluyendo, parece, los míos. La verdadera pregunta es si se obtiene algo mejor cuando se juntan las partes dispersas.”
Esta última parece ser la gran pregunta que genera la IA cuya implementación podría tener en las sociedades consecuencias aún no mensurables.
Pese a esta suerte de “canibalismo” que lleva a cabo al alimentarse con textos e incluso con imágenes de personas, King es coherente con sus convicciones respecto de la tecnología y más que cerrar la discusión con una opinión negativa, prefiere hacerlo con un interrogante. Le parece que aún no es momento de dar un juicio definitivo, que es necesario que pase el tiempo para comprobar de manera segura cuáles son los efectos que la IA genera sobre la sociedad en su conjunto. Por eso, ante la pregunta acerca de si, de poder hacerlo, prohibiría que la IA fuera alimentada con sus propios textos, su respuesta es categórica: “No lo haría aunque pudiera”.
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