A 90 años de la publicación de «El malestar en la cultura», el libro de Freud está más vigente que nunca

Por: Mónica López Ocón

Cuando muchos reivindican los derechos individuales poniéndolos sobre los colectivos, Freud recuerda que la vida social necesita de ciertas renuncias personales para ser posible y que la felicidad absoluta y la satisfacción permanente no son objetivos posibles cuando se vive en comunidad.

Pese a sus muchos detractores, los conceptos de Sigmund Freud permearon en los ámbitos más diversos, desde el de los especialistas hasta el de los legos. Las ideas sobre la infancia, la sexualidad, el inconsciente que se expresa a través de los actos fallidos hoy están tan naturalizados en nuestra vida cotidiana que cuesta pensar que esos conceptos tienen un autor preciso.  Existe incluso una vulgata de la teoría psicoanalítica que no siempre es fiel a la letra, pero que es también una evidencia de hasta qué punto sus ideas forman parte de nuestro imaginario.

Hace 90 años, Freud escribía El malestar en la cultura. Aún se encontraba en Viena –faltaban aún ocho años para que, por su condición de judío, tuviera que exiliarse en Londres-, la bolsa de Nueva York se desplomaba produciendo una de las crisis económicas mayores de la historia mientras el padre del psicoanálisis estaba por entregar a la imprenta uno de los libros en el que algunos vieron más un tratado sociológico que una profunda observación psicológica.

Aunque hoy el aislamiento obligatorio como consecuencia de la pandemia tiñe todo y parece habilitar y hasta forzar la lectura de textos de otra época en clave actual, no sucede lo mismo con El malestar en la cultural. Quienes reclaman la libertad absoluta y llaman incluso a la desobediencia civil por entender que el aislamiento obligatorio es un cercenamiento injustificado de sus libertades individuales, parecen desconocer que, según lo señaló Freud hace 90 años, la cultura misma se funda en una prohibición que es la prohibición del incesto.

El malestar en la Cultura – dice el psicoanalista y escritor Domingo Boari, actual vicepresidente y cofundador del Centro psicoanalítico de Estudio y Asistencia (CPSEA)- es un trabajo del Freud ya maduro. Él comenzó a escribir sobre Psicoanálisis en 1895 y este libro fue escrito 35 años después. Es un momento en el que está golpeado por la triste realidad de la época entre las dos guerras. A Freud suele leérselo como un defensor de las pulsiones, como si fuera un pansexualista. Pero él pide tiempo porque su propósito de ir desde abajo hacia arriba, desde lo pulsional hasta la más alta espiritualidad del hombre. No quisiera usar el término “pesimista”, pero en El malestar en la cultura señala que el desarrollo humano conlleva necesariamente sufrimiento. En ese libro hace un recorrido por su propia teoría, por su propia obra. Fundamentalmente, sobre sus dos teorías principales referidas a la naturaleza humana, a las pulsiones, a lo más básico. La primera, que abarca hasta 1920, es la teoría de las pulsiones sexuales que luchan contra las pulsiones personales llamadas yoicas porque defienden al yo. Son las pulsiones que trabajan para la supervivencia personal. Para la supervivencia de la especie trabajan las pulsiones sexuales. La conservación de la propia vida, según Freud, podía entrar en lucha con la conservación de la especie.”

Acerca de la prohibición del incesto como fundadora de la cultura dice el profesional: “Freud habla del mito de la humanidad y de la cultura, el concepto de hominización, es decir, cómo el hombre llegó a ser hombre. Se basó en estudios antropológicos que mostraban que en las culturas primitivas, allí donde estaba prohibido el incesto, había un tótem y se preguntó por qué. De acuerdo al mito, en ese proceso de llegar a transformarse en hombre, los homínidos vivían en hordas primitivas dentro de las cuales había una gran violencia. El mono más fuerte, el que ocupaba el lugar del padre, mataba a los monos jóvenes para quedarse con las hembras, era su propietario. Entonces los hermanos lo mataron y, como al mismo tiempo, lo amaban y buscaban su protección, lo devoraron como era la costumbre. Esta matanza del padre hizo que, por la noche, entraran en pánico porque tenían el recuerdo de lo acontecido, podían separar la presencia física de ese recuerdo. Ninguno de los hermanos quiso ejercer como jefe de la tribu por miedo a correr la misma suerte que el padre. Entonces se pusieron de acuerdo en que a partir de ese momento las mujeres de la tribu estaban prohibidas. La ley del padre triunfó luego de haberse muerto y triunfó, precisamente, por haberlo matado. Ante el temor por el asesinato del padre, el homínido construye un tótem que lo simboliza y esta es la primera concepción simbólica. Sobre este tema hay películas maravillosas como La guerra del fuego. Allí aparecen culturas que tienen prohibido el incesto con culturas que no tienen esa prohibición. Luego, cada año hay una fiesta totémica en conmemoración del asesinato del padre. En ella se come todo lo que no puede ser comido el resto del año. Es un día de libertad en el que se puede dar rienda suelta a las pulsiones, es como un día de carnaval. Esta guerra totémica está muy descripta por Juan José Saer en El entenado. Sin embargo, es un ritual de la conmemoración del padre, que no está, pero que ellos llevan dentro. Es lo que los psicoanalistas llamamos identificación.”

Boari agrega que este criterio, llevado al ámbito social, es el contrato social: “la sociedad –dice- es más fuerte que el individuo y es la única que puede ponerle límites.”

El reclamo de libertad absoluta aunque esta pueda afectar a otros, está directamente ligado al malestar que marca Freud: es necesario reprimir pulsiones personales en beneficio de la sociedad. La cultura es, precisamente, el freno a la agresión y a la sexualidad. “La cultura –dice Boari- es lo que hace que el hombre viva medianamente infeliz dentro del margen estrecho de las leyes que él mismo generó. Pero no hay otra alternativa. Este tipo de malestar sería algo así como una querella doméstica de la libido (risas). También existe la pulsión de muerte que es totalmente contraria a la libido, a la organización. Tiende a desorganizar todo para lograr que todo vuelva a lo indiferenciado.”

Freud no es demasiado optimista acerca de las posibilidades de felicidad del ser humano. Hacia el final de El malestar en la cultura señala: “A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si, -y hasta qué punto- el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de agresión y de autodestrucción.”

En un momento en que la autoayuda ha generado la casi obligación de ser feliz y el individualismo parece querer ganarle la pulseada al bien de la mayoría, releer El malestar en la cultura es una buena forma de comprender que la vida social está hecha de algunas renuncias personales y que pretender la libertad absoluta, el bienestar total, la satisfacción inmediata de todos los deseos del individuo es absolutamente contrario a la vida en sociedad.

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