Catalán, hincha del Espanyol, Enric González era corresponsal en Italia cuando comenzó a escribir sobre fútbol, lo que le permite, como explica, desviarse hacia donde quiera. En 2007, publicó "Historias del calcio", un libro donde reúne esos textos. Dice que le hubiera gustado escribir un cuento de Roberto Fontanarrosa, pero elige la no facción.
-¿Qué particularidad tiene una historia futbolera?
-Escribir en Deportes sobre fútbol fue una oportunidad que pesaba sobre mi trabajo, la esclavitud de cada domingo. Era corresponsal en Italia, pero ahí me permitía hablar de cosas que no se abordan, aunque fuera de forma oblicua. De hecho, imité a los clásicos. En España sería Manuel Vázquez Montalbán, que aprovechaba el fútbol para burlar la censura y hablar de sobreentendidos que en la sección Política no se podían decir. Y un poco también intenté imitar la calidad subversiva del Negro Fontanarrosa. Hablar de fútbol me permitía desviarme hacia donde quisiera. Era la base pero también la excusa para hablar de la vida.
–«El deporte es la mayor máquina para la fabricación de narrativa», dijo el sociólogo inglés David Goldblatt.
-El deporte de masas es el gran fenómeno del siglo XX. Más que el cine, porque implica una mayor participación. Ahí se vuelca la vida. ¿Por qué los clubes tienen banderas? Porque son un trasunto de la tribu, del grupo contra otro grupo, de la nación. En cualquier deporte puedes volcar rasgos de la sociedad. Los de equipo son más propicios para hablar de la sociedad; los individuales, para hablar del héroe.
–¿Tenés una historia preferida?
-El texto mítico que todos habríamos querido escribir es la pieza del Viejo Casale de Fontanarrosa. «19 de diciembre de 1971» es el cuento perfecto, la famosa palomita de Poy que se repite cada año.
–En ese cuento hay elementos de realidad y ficción. Vos no ficcionás.
-No. Soy un periodista escrito. Pero en ese cuento se sublima de una forma tan bella una jugada, se cuenta tan bien la guerra de cómo las ciudades pueden dividirse, cómo la gente puede enloquecer temporalmente por un juego sin mayor interés, porque el fútbol no es más que lo que nosotros volcamos ahí, que esa pieza de Fontanarrosa encapsula todos esos elementos que luego utilizamos los demás.
-¿Por qué dijiste que el diario deportivo busca «masturbar» al lector?
-El periódico deportivo que no es de club tiene que mantener unas formas que los otros renuncian a ellas. Marca y As son del Real Madrid y Sport y Mundo Deportivo del Barça porque dependen del club, de sus promociones, porque los leen los hinchas de esos clubes. No hay el menor espíritu crítico. Es siempre la voz del hincha. En cambio, un diario como L’Équipe, de Francia, podrá ser más razonable. Pero cuanto más se aproxima un periódico deportivo a unos colores, más pierde su esencia de periódico informativo. Ahí se trata de contar lo que quieren los seguidores de un club. Eso es masturbar.
-¿Cómo creés que se vive el fútbol en la Argentina?
-Imagino, y hasta cierto punto tengo elementos de información, no es solo lo que te ofrece la televisión, es la literatura, los amigos argentinos, de que es algo no muy distinto a lo italiano, quizás algo más vehemente. Argentina no se puede explicar sin una cierta cultura italiana.
–¿Cómo explicás el fenómeno Barcelona?
-En los 50, en España, había un solo gran equipo: el Real Madrid, que había fichado a Di Stéfano y su estadio era grande y se celebraban los actos franquistas. Pero Franco tuvo vista. El Ayuntamiento de Barcelona no autorizó la construcción de un estadio nuevo para el Barcelona y como Franco era dictador y podía hacer lo que quisiera, ordenó que sí se construyera el Camp Nou. No hacía falta ser muy listo para comprender que crear una rivalidad futbolística intensa en España entretendría a la gente de otros asuntos políticos. A partir de ahí, el Barça asume ciertas reivindicaciones políticas como el autonomismo y se pone del lado del catalanismo. Hasta ahí no estamos hablando del juego. Es la llegada de Cruyff y ese 0-5 al Madrid y, sobre todo, su retorno como entrenador, lo que coincide con la creación del metafútbol, del fútbol mundial, esos pocos clubes que están en la élite y ya no se moverán de ahí porque han aprovechado el momento en que se han creado las estructuras para colocarse en el primer peldaño por presupuesto, popularidad, audiencia.
-Dijiste que una historia debe girar en torno a una palabra. ¿Qué palabra giraría en torno a la historia del fútbol?
-La historia del fútbol es un millón de historias. Me refería a cuando intentas contar una historia concreta. Si es del fútbol, solo aparecen generalidades banales como «pasión». Lo de la palabra es un truco de redacción: cuando tienes que contar una historia concreta, en qué palabra se concentraría esta historia y no olvidarla a medida que escribes, no olvidarte de que no debes despegarte mucho del significado de esa palabra. Pero si me preguntas por el fútbol, ha llegado un punto que es todo. A veces un vehículo para las pulsiones más estúpidas. En Beirut estaba viendo un Barça-Madrid por la tele con beirutíes y dos llegaron a darse de puños y patadas por una falta que le hicieron a Messi, y ni uno ni otro había estado en Madrid ni en Barcelona.
–Sí escribiste que el fútbol, en la literatura, son recuerdos.
-Es inconcebible sin los recuerdos de infancia que almacenamos y que, con frecuencia, inventamos. La pertenencia a un club es algo que se fragua en la infancia y esos recuerdos te van a acompañar siempre y van a justificar tu fe. Esos recuerdos los vas deformando, les vas dando un significado que en principio no tenían, y eso es lo que permite que los clubes de fútbol, que tienen tanta importancia como el juego en sí, sean para nosotros tal cosa o tal otra. Les atribuimos tradiciones incluso en el juego. El Barça tiene cierta tradición desde que lo entrenó Cruyff. El Madrid no tiene. Su tradición tal vez es jugar a ganar, si a eso se puede calificar de tradición o estilo.
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