Cómo mimetizarse con Diego y convertirse en su mejor confidente

Por: Roberto Parrottino

Hace 16 años, Stefano Ceci dejó Catanzaro y viajó a La Habana para estar cerca de Maradona. Se vistió como él, se cortó el pelo como él, y hasta le copió el habla. Nunca más lo dejó. Hoy es su asistente. "Es normal, porque lo amo", dice.

-Diego, en la puerta está otra vez el Tano -le avisa Guillermo Coppola a Maradona, mientras descansa en la casa Nº 2 del Centro de Salud La Pradera, en La Habana.

-¿Qué Tano?

-El muchacho que vino la otra vez.

-¿Y qué quiere?

-Dice que quiere estar con nosotros.

Stefano Ceci -el Tano- dejó Catanzaro, la ciudad del sur de Italia. Necesita estar cerca de Diego. «Me voy a ver a mi amigo», les dijo a los suyos, aunque en verdad ni siquiera lo conoce. Maradona se encuentra recuperándose en Cuba: a principios de 2000 estuvo al borde de la muerte por una sobredosis de cocaína en Punta del Este.

Quince días atrás, Ceci había hablado por primera vez con Diego después de quedarse dos días en la puerta y de pagarle 500 dólares a un cubano que lo alertaba cuando salía de la casa. En esas palabras, dice ahora Stefano, sintió la amistad. El cubano le avisó entonces que Diego iría a una fiesta de cumpleaños en un restaurante: «Te llevo. Son 200 dólares». Ceci se sentó en la mesa con Maradona. Volvió a Italia. Soportó otros quince días, y regresó a la isla. «¿Sos vos otra vez? ¿Te fuiste y volviste? ¿Te quedaste? ¿Por qué viniste?», le preguntó Coppola. «Por Diego -respondió Ceci-; para estar con ustedes». 

Stefano no salió nunca más de la vida de Maradona.

Y, desde aquel día, el Tano se convirtió en su confidente. En la sombra de Diego. Hoy vive en Dubai y trabaja con él. «Está todo escrito en la vida, predestinado», advierte. «Porque lo que me pasó es irreal. Cuando iba a la escuela decía: ‘Cuando sea grande Diego va a ser mi amigo’. Y lo logré». El año pasado, Ceci publicó Maradona. Il sogno di un bambino, un libro en el que narra su historia. Revive, entre otros episodios, los viajes de Catanzaro a Napoli, a los 16 años, cuando salía a la medianoche, recorría en tren los 412 kilómetros, entraba cerca de las cinco de la mañana al Estadio San Paolo y se escondía en el techo para que no lo viera la policía hasta la hora del partido, generalmente las cuatro de la tarde, y lo hacía aunque lo derritiera el sol, aunque se cayera el cielo, porque no había entradas y había que vivenciar el milagro: ver jugar a Diego.

Con el tiempo, Ceci aprendió a hablar castellano con Maradona y sus amigos. Se mimetizó. Si Diego engordaba, Stefano engordaba; si Diego se drogaba, Stefano se drogaba. Alcanza con ver la película Amando a Maradona (2007): aparece con sobrepeso, pelo con gel y vincha. Comenzó a copiarle el look: los tatuajes, los relojes, los aros, los ademanes, y hasta el habla. Le decían que estaba enfermo. «No, porque no lo sufro. Es todo normal, porque lo amo», les retrucaba.

«Lo quiere realmente bien -dice un amigo en común de Ceci y Maradona-. Lo ayuda con algunos negocios, sobre todo con Italia. Por ejemplo, Diego cada tanto sale en Sky TV para hacer comentarios de la fecha del fútbol italiano, y Stefano lo ayudó en eso. Está siempre. Vive en su propio departamento, pero se acerca y su función va de mánager hasta asistente. Aunque es amigo: es de las mejores personas que ha estado al lado de Diego. Entra y sale de su casa como alguien del círculo íntimo. Y es una enciclopedia maradoniana: te puede recitar temporada por temporada de Diego en el Napoli».

Ceci cincela la vida de Maradona. Se ocupa de los detalles. Suele acercarse por las tardes de Dubai a Diego, y lo acompaña en las tareas como embajador del deporte, le cocina pastas -porque en Catanzaro regentea la pizzería Da Ciro, a orillas del Mediterráneo-, ven los partidos del Napoli, juegan picaditos, cantan canzonetas napolitanas, buscan videos en YouTube del comediante Totò. Stefano es el médium con la ciudad en la que llaman a Maradona «argentino por error». En el Partido por la Paz, el 12 de octubre pasado, Ceci fue el que separó a Maradona cuando se peleó con Juan Sebastián Verón. Lo sujetó de los hombros y lo guió al túnel, lo que certifica que es uno de los pocos humanos que puede tomarlo por la espalda sin que Maradona estalle de furia. A dúo, le hacen un chiste a las visitas en Dubai: después de comer, Diego se toma un té, y mientras saca la cucharita de la taza, Stefano distrae a la víctima para que se la apoye, caliente, en la piel sensible del brazo.

«Hay dos cosas fundamentales en nuestra amistad -explica Ceci-. Primero: nunca me metí en su vida privada. Si le llega una llamada, me levanto y me voy. Nunca pasé esa línea. Segundo: los napolitanos lo amamos. Hay que durar quince años y bancarse el mundo Maradona. Por eso trabajo con Diego, aunque es la amistad. Lo importante es estar con él. Si Diego me dice que me mire tal partido a las cuatro de la mañana, lo hago tranquilo. La gente puede pensar que soy un enfermo. No, porque no es un sacrificio».

Stefano pasó el 30 de octubre otro cumpleaños junto a Diego, el 56. También la última Navidad. Él tiene 43 años. Eso sí: en sus antebrazos no se tatuó los nombres «Dalma» y «Giannina». Y cuenta que tiene una novia, Yuliya Ryzhenko, que le cuida la pizzería, la casa y el perro cuando extraña a Diego y vuela hacia él. «Vivo más con Diego que con ella. No sé cuánto más me va a bancar», confiesa.

Durante el Mundial de Brasil 2014, Ceci y Maradona compartieron la estadía en Río de Janeiro. «El Tano es intocable, eh», les apuntaba Diego a los productores del programa televisivo De Zurda. Stefano caminaba por Barra da Tijuca con una remera negra con letras blancas: «Chi ama non dimentica». Quien ama, no olvida.

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